El blog de la Biblioteca del IES Rodrigo Caro de Coria del Río

lunes, 4 de febrero de 2019

Cine-club del Rodrigo Caro: Los 400 golpes de François Tuffaut (1959)

Autor: Juan Gabriel Martínez

Nuestro cine-club sigue su camino consolidándose cada mes un poco más. La última película que hemos visto antes de las vacaciones de Navidad ha sido Los 400 golpes (1959), de François Truffaut.
Se trata de su primer largometraje (ya había realizado dos cortos con anterioridad) tras haberse dedicado a la crítica cinematográfica en diferentes medios de comunicación entre los cuales el más significativo es la célebre revista Cahiers de cinéma, donde, con otros jóvenes cineastas franceses innovadores, se plantan las bases y los principios del movimiento que será conocido como La Nouvelle Vague. De hecho se considera que esta película inaugura este movimiento.
Como en gran parte de su filmografía, si no en toda, las vivencias de la infancia de Truffaut van a estar presentes en esta película: el padre desconocido, el desarraigo con la madre, las dificultades escolares, las faltas al instituto, el gusto por el cine y la literatura... Con muy pocos elementos y una austeridad formal y visual, y con la excepcional interpretación de Jean-Pierre Léaud, François Truffaut va a componer una historia conmovedora sin llegar a caer en la sensiblería. ¿Qué nos cuenta el director?
Conviene hacer aquí un alto para fijarnos en el título de la película, imprescindible para una correcta interpretación de la misma. La expresión francesa “les 400 coups” (título original de la película) hace referencia a las pequeñas gamberradas que empieza haciendo un niño travieso y que pueden llevarle por mal camino si su formación no le da unas herramientas con las que desarrollar una vida “decente y provechosa”. Casi todos hemos hecho alguna vez alguna travesura, pero en algunos casos esas travesuras toman una pendiente peligrosa que puede ser el origen de una vida desgraciada.
Este es el caso de Antoine Doinel, un adolescente parisino al que su familia no presta la atención necesaria y al que la escuela no satisface. La sociedad francesa aún vive las secuelas de la Segunda Guerra Mundial y el sistema educativo tradicional no responde a las expectativas y necesidades de un niño sensible e inquieto. De su padre no sabemos nada, y su madre ha iniciado una nueva vida con alguien que intentará llenar la ausencia de la figura paterna; pero el resultado no satisface realmente a nadie. Y un adolescente con el que nadie sabe qué hacer. Ante tal situación, Doinel encuentra un vacío que intenta llenar a su manera, lo que incluye hacer novillos en el instituto con un cómplice, que se convierte en su mejor amigo, para ir a sesiones matinales de cine, su gran afición. Las clases se le hacen tediosas y pasa las horas maquinando travesuras, ajeno a unas clases que no le dicen nada. Él se ve como una víctima de la escuela y de la sociedad y cualquiera de sus acciones encuentra justificación en su mente. Lamentablemente para él, las mentiras tienen las piernas muy cortas y todas esas travesuras se ven una y otra vez esclarecidas con el consiguiente castigo.
Evidentemente nuestro “héroe” busca una salida a una vida que no lo satisface, que no lo llena, que no responde a sus necesidades vitales ni afectivas. No podemos decir que sea un delincuente, pero la falta de una orientación y de una atención por parte de los adultos que lo rodean están en el origen de este “descenso a los infiernos”. Una enseñanza obsoleta y esclerotizada, una madre más preocupada de sí misma y de sus flirteos que de su familia, un padrastro simpático pero desinteresado, esos son los referentes de este adolescente que busca en el cine las experiencias y las satisfacciones que su rutinaria y solitaria vida no le ofrece. Antoine es consciente de todo lo que ocurre a su alrededor (conoce la infidelidad de su madre y aprende a mentir en un mundo donde todo el mundo miente o mira para otro lado). Pretendiendo evadirse, prepara junto a su amigo de correrías (y apoyo en los momentos difíciles) un plan para huir; sus pequeñas travesuras van transformándose hasta llevarlo a las puertas del delito, del que René, su amigo y cómplice de clase más acomodada, se verá libre por los pelos.
Pero para Antoine no hay escapatoria: cárcel, juez e internamiento en un correccional, ése es el camino que habrá de recorrer Antoine, sin que se sepa muy bien si eso supone un empeoramiento respecto a la vida que ha llevado hasta ahora. En cualquier caso, el final abierto de la película nos hace concebir esperanzas para ese niño que al llegar al mar sólo puede pararse a contemplarlo y tal vez pensar que debe hacer algo con su vida para darle un sentido. Ese sentido lo encontró Truffaut en el cine. Para Truffaut, Jean-Pierre Léaud fue un descubrimiento, y contó con él para seguir recreando su infancia conflictiva en otras cuatro películas más. Pero ésta es la que más prestigio le proporcionó, hasta el punto de ser, aún hoy, una de las mejores películas francesas. Recibió numerosos premios entre los cuales citaremos el premio del Festival de Cannes al mejor Director. También fue un éxito de público el año de su estreno, y los años transcurridos no han hecho sino consolidar el prestigio de la película y hacerla crecer en la consideración de críticos y directores, hasta el punto que figura en varios rankings entre las mejores películas de la historia del cine. Woody Allen, Luis Buñuel, Richard Lester, Carl Theodor Dreyer y muchos más la señalan como una de sus películas preferidas, y Akira Kurosawa llegó a decir de ella que era “una de las películas más hermosas que he visto”.
Según la estética de la Nouvelle Vague, lo importante en una película es la narración, precisa, minuciosa, con un claro gusto por las referencias literarias. La escritura del guión, en el que colaboraron el propio Truffaut y Marcel Moussy, tiene un papel relevante, al que la imagen objetiva (el responsable de la sobria y delicada fotografía es Henri Decaë), sin alardes ni elementos superficiales, debe acompañar sin añadir nada que no sea imprescindible para la narración de la historia. La música de Jean Constantin, mínima, es también un elemento menor, pero significativo en los pocos momentos en los que la narración prescinde de los diálogos para dejar a los personajes evolucionar dentro de la historia. Se trata de películas realizadas con poco presupuesto, con actores no profesionales y en localizaciones naturales, filmadas en pocas semanas, en blanco y negro, con planos largos, en las que la mirada de la cámara y el montaje posterior son otros tantos elementos fundamentales. Y todo ello para tratar temas morales con un estilo casi documental. De este tipo de cine surgió esa categoría que se aplica habitualmente a ciertas películas: “cine de autor”.
En fin, una gran película para cerrar este primer trimestre del curso y dejarnos con ganas de retomarlo a la vuelta de las vacaciones. Si no la habéis visto, no os la perdáis.
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