El blog de la Biblioteca del IES Rodrigo Caro de Coria del Río

lunes, 4 de febrero de 2019

Cine-club del Rodrigo Caro: Vértigo (De entre los muertos), de Alfred Hitchcock (1958)

Autor: Juan Gabriel Martínez

Tras el parón navideño retomamos nuestro cine-club con otra obra maestra de Alfred Hitchcock (y es la segunda que ponemos este curso). “Vértigo (De entre los muertos)” es, sin duda, uno de los filmes más conocidos y admirados del genial director inglés (aunque nacionalizado estadounidense), y para muchos su mejor película, si no la mejor de la historia del cine, incluso por delante de Ciudadano Kane (1941), de Orson Welles.


Intentaremos hacer aquí una breve reseña de ella, pero sus lecturas son tantas que se hace imprescindible verla para que el espectador haga su propia interpretación. Ya sabemos de los muchos leitmotivs y obsesiones de Hitchcock, pero en esta ocasión las numerosas capas que recubren el inconsciente del personaje principal (Jonh “Scottie” Ferguson), un detective acrofóbico, nos obligan a hacer un esfuerzo para comprender qué es lo que este complejo personaje encierra.
La película se basa en la novela titulada Sueurs froides: d’ entre les morts, de Pierre Boileau y Thomas Narcejac, adaptada por los guionistas Alec Coppel y Samuel A. Taylor. Pero en las manos de Hitchcock la historia adquirió múltiples matices debidos a las preocupaciones y obsesiones del gran maestro.
Por un lado tenemos el trauma que le causó al detective Ferguson la caída mortal de un policía en el curso de una persecución, cuando éste intentaba salvar la vida a nuestro protagonista. Por otro, una pulsión sexual insatisfecha en un personaje masculino que no sabe relacionarse con las mujeres y que acaba obsesionándose con aquélla a la que le es encomendado seguir. Aparentemente se trata de proteger a la mujer de un antiguo compañero de estudios, cuyo comportamiento anómalo suscita los peores temores del marido. La historia que sirve de pretexto a esta preocupación, rayana en lo paranormal, es poco creíble para una mente racional como la del detective: el marido cree que su esposa (Madeleine Elster) se siente poseída por el espíritu de un antepasado, una dama del siglo XIX importante de la sociedad de San Francisco, y que puede acabar como ella, suicidándose en la bahía.
Y para evitarlo, en nombre de su vieja amistad de los buenos tiempos, solicita sus servicios durante el período de baja por su enfermedad, de la que es conocedor. Tras su primer rechazo, la idea tienta a Scottie, que desde el primer momento queda subyugado por la belleza y el misterio de la mujer, una Kim Novak espléndida, una de esas rubias maravillosas que obsesionaban a Hitchcock y a las que a menudo trataba mal en sus películas. Las mujeres rubias son en general personajes débiles, misteriosos, que encubren un pecado o directamente culpables de un delito; no son las heroínas, sino las acompañantes del héroe masculino y a menudo la causa de su perdición.

Por el contrario, Scottie rehúye la relación con Midge, una amiga que realmente lo ama y que lo intenta seducir reiteradamente, con nulo éxito, ya que nuestro detective no siente ninguna atracción por ella. Podemos preguntarnos si la siente por las mujeres o tiene inhibido ese deseo (¿impotencia?) como uno más de los traumas causados por la muerte del policía al principio de la historia. Ella es quien expone el remedio que Freud y el psicoanálisis dan para resolver ese tipo de traumas: un impacto emocional, una experiencia semejante a aquélla que lo causó.
El psicoanálisis juega en esta película una función especialmente relevante, hasta el punto que podemos afirmar que es la clave que sustenta toda la bóveda argumental. Por ello abundan los símbolos visuales que remiten a esa sensación y a ese sentimiento que da título al film: el vértigo. La figura de la espiral del cartel de la película tiene su reflejo en el moño de la protagonista, un elemento fundamental en la resolución de la trama, así como en la escalera de caracol, que también será trascendente en la resolución del conflicto. Los movimientos en contrapicado de la cámara también nos remiten a un movimiento en espiral. Ambos elementos serán recurrentes a lo largo del desarrollo de la historia, que también tiene una estructura de espiral, haciéndonos revivir, como al detective Ferguson, repetidas veces las situaciones que constituyen la estructura de la película. La espiral es también icono del movimiento del inconsciente en su descenso a los infiernos durante los sueños, ese mundo onírico en el que se nos hacen presentes nuestras preocupaciones, nuestras obsesiones, nuestros miedos, lleno de fantasmas del pasado, asuntos por resolver y heridas por cerrar. Es de destacar que para reflejar en la pantalla el mundo de los sueños, Hitchcock recurre a los dibujos y a la animación, en otro descenso en espiral al submundo interior. Y la superación de esa angustia paralizante sólo es posible por la confrontación con nuestras debilidades y la repetición salvadora de los acontecimientos traumáticos, aunque eso suponga la perdición de los que nos rodean.

Esta película es en realidad dos películas, y si en la primera de ellas sentimos pena y simpatía por el personaje de James Stewart, en la segunda este mismo personaje, obsesivo, egoísta, manipulador, en una palabra, machista, empieza a incomodarnos; al observarlo experimentamos un cierto rechazo hacia su comportamiento desabrido. Es cierto que es una víctima (ya lo sabemos porque el director nos lo ha contado en una de las pocas secuencias en las que James Stewart, protagonista absoluto en una interpretación inolvidable, no está en escena), y que su amor ilícito por la mujer de su amigo no se ha visto materializado, dejándolo aún más sumido en la pesadilla de sus traumas, pero su conducta con Judy Barton, la chica que encuentra por casualidad en la calle y que le recuerda a Madeleine, fallecida en trágicas circunstancias, sobrepasa lo que hoy consideraríamos tolerable y lo que una mujer debe consentir. Los dos personajes masculinos (el marido y el detective) representan un tipo de masculinidad poco gratificante, si bien las motivaciones de uno y otro son completamente diferentes; en cualquiera de los dos casos podemos afirmar que son dos comportamientos posesivos y autoritarios, que se creen dueños del destino y de las vidas de las mujeres que los rodean. Las mujeres no son bien tratadas por Hitchcock en sus películas, y en especial en esta película, donde no son queridas por los hombres, ni por el marido de Madeleine ni por Scottie, que no sabe querer a las mujeres que aparecen en su vida y que conduce a un final trágico a Judy, tal vez víctima ella misma de la turbia historia a la que se dejó arrastrar.

No podemos dejar de citar las magníficas localizaciones en San Francisco, fotografiadas por la mano maestra de Robert Burks; ni la excelente y reiterativa música (otra forma de expresar al oído la espiral) de Bernard Hermann. La música nos acompaña durante el seguimiento que el detective Ferguson hace a Madeleine Elster, como un personaje que nos lo fuera narrando. Los planos se suceden uno tras otro con el único acompañamiento de la música, auténtica protagonista en los momentos fundamentales de la película, llegando a durar la ausencia de diálogos en algunas secuencias casi diez minutos, y no olvidemos que la película tiene un desarrollo concéntrico -una vez más en espiral-, subrayado por la yuxtaposición simétrica de elementos: museo y cuadro, cementerio y lápida, residencia y coche… De todo ello la música es la amalgama, fundamentalmente para lograr el suspense del que Hitchcock es uno de los máximos representantes; sin ella nada sería lo mismo.
Pero no pensemos que esta película es sólo una película de suspense o de cine negro; es mucho más: es también intriga psicológica y erotismo. Es, en suma y como decíamos al principio, una obra maestra que ha sido reconocida con el paso del tiempo. En el año de su estreno, sólo consiguió el premio al mejor director en el Festival de San Sebastián, así como al mejor actor para James Stewart, aunque también estuvo nominada a los Oscars al mejor sonido y la mejor dirección artística. Para los amantes del cine de nuestros días es un título imprescindible.
Share:

0 comentarios:

Publicar un comentario

Compartir en redes sociales