El blog de la Biblioteca del IES Rodrigo Caro de Coria del Río

jueves, 19 de agosto de 2021

Cine-club del Rodrigo Caro: Barrio (1998), de Fernando León de Aranoa


    


por Juan Gabriel Martínez


¿Qué pueden hacer unos jóvenes de familia humilde, esa añorada y honrada clase media baja que cada vez es más baja y menos media, en una barriada popular de una gran ciudad durante un interminable verano?


    Ese es el punto de partida de la película que proyectamos en nuestro cine-club en el mes de abril. Pese a las limitaciones que el respeto de las medidas de seguridad a causa del COVID nos han impuesto durante todo el curso, tanto los organizadores como un grupo de habituales asistentes del alumnado hemos acudido puntualmente a nuestra cita con el cine con una relativa frecuencia de cada dos meses. La Semana Santa había quedado atrás y un verano incierto se vislumbraba en el horizonte, allá donde acaban las clases (apenas dos meses más tarde) y donde se abre un período de descanso y ocio. Ese período en el que transcurren los días de Raimundo, Javier y Manuel.


    Corren los últimos años de la década de los 90, y en la España del turismo de masas y de la burbuja del ladrillo aún soplan los vientos de un progreso y un bienestar que no han llegado a todos los rincones del país por igual. Eso sí, la época del desarrollismo, iniciada en los años 60, ha dejado ciudades dormitorio de inmensos bloques donde viven centenares de familias que han huido de pueblos buscando en la gran ciudad las posibilidades de mejora que aquellos dejaron de ofrecer. Es el caso del barrio (“pongamos que hablo de Madrid”) donde viven los tres protagonistas de esta tragicomedia, con un presente anodino lleno de sueños sobre un futuro más bien incierto. Los días se suceden entre conversaciones y más conversaciones (¿qué otra cosa pueden hacer?), al fin y al cabo hablar y especular no cuesta dinero. En el salón de los pisos, la televisión es un interlocutor más, llenando silencios y acompañando las vidas de los inquilinos con informaciones sobre un mundo que llega a resultar ajeno y anuncios que presentan como accesible lo que no lo es. La vida es eso que ellos viven cada día, en la calle, durante horas y horas de no poder hacer más que charlar sobre todo aunque no se sepa de nada, por más énfasis que se ponga en las a veces disparatadas afirmaciones. Si en nuestros días todos hemos “sufrido” los efectos del confinamiento por una pandemia mundial, estos tres jóvenes viven otro tipo de confinamiento en sus pequeños pisos y en el entorno del barrio del que tampoco pueden salir, en un momento en el que millones de personas escapan del calor de las ciudades camino de las costas, donde disfrutar de las vacaciones. Pero eso no está al alcance de todos. La tele lo dice, los anuncios de las agencias de viajes lo ofrecen… Y mientras tanto, soñar es gratis.


Como dijo nuestro amigo Marcos, invitado y asistente habitual a nuestro cine-club, que se encargó de hacer la presentación de la película, buen conocedor de estas barriadas, en ella hay muchas cosas; casi podríamos decir que está todo: la amistad, el sexo, la familia; la lucha, el fracaso; el trabajo, la inmigración, el paro; la juventud, la vejez; el dinero, la droga, la delincuencia; la esperanza, la desilusión; el humor, la tragedia. Decíamos más arriba que se trata de una tragicomedia, y convendría explicar un poco esta atrevida afirmación.


A lo largo de sus 94 minutos, como espectadores, asistimos a unos diálogos que, de tan absurdos, nos hacen esbozar una sonrisa, y a veces hasta una carcajada; baste recordar el momento en el que Rai da, con total seguridad, la explicación anatómica del movimiento de caderas tan sensual de las negras al bailar, lo que también las hace especialmente interesantes para mantener sexo con ellas. Son diálogos que no llevan a ningún sitio, en los que cada uno de los amigos sostiene unas opiniones sin argumentos sólidos pero que mantiene firmes sobre cualquier otra. O hacen elecciones sobre conceptos sin soporte real, que pueden llevar a disputas por una “posesión” de algo que no existe. Es divertida la elección de un color de los coches que pasan por la autopista para asignárselos como propios, como si pudieran ser los dueños de esos símbolos de la prosperidad; esa atribución de coches al azar “otorgará” un BMW a Manu, mientras que Rai se sentirá ultrajado porque deciden irse, cansados de esperar, antes de recibir “el suyo”; la cámara sí permanece unos segundos más hasta que aparece el que debía ser el de Rai, pero se trata de una ambulancia, todo un mal augurio, que afortunadamente él no ve. 


En esos intercambios “dialécticos” vamos descubriendo la realidad que hay detrás de cada uno de los personajes, sus preocupaciones y sus proyectos. El instituto queda atrás (los estudios son el camino que los padres ven para que sus hijos prosperen) y los días se hacen interminables sin nada que hacer, como no sea salir de sus casas e intentar pasar el tiempo lo mejor que se pueda, en medio de un agosto ardiente y sin comodidades que lo hagan más llevadero. Los viajes que se publicitan son inalcanzables para unas economías que sobrellevan como pueden el día a día; y las chicas, el deseo acuciante por acercarse a ellas y para el que no tienen estrategias útiles, son un tema más de conversación, si exceptuamos a la hermana de Javi, observada y deseada por sus amigos como un ser sexual, especialmente Rai, algo que a Javi le había pasado inadvertido por tratarse precisamente de su hermana.


En este contexto acaece un hecho aún más absurdo e irrisorio. Como hacer un viaje de ensueño al Caribe, con sus mulatas y todo lo asociado al placer, es irrealizable, uno de los múltiples sorteos ante notario con que se promocionan las marcas, esos que nunca tocan (“¿los notarios existen?”, se llega a preguntar Javi, desconfiado), acaba dando una sorpresa inesperada. Y esa es la causa de que a partir de entonces, en la casa de Rai, haya un nuevo “estorbo” que complete el mobiliario: una moto de agua, el segundo premio del sorteo al que había enviado las tapas de los yogures. La imagen de una moto de agua en una calle de un barrio humilde, observada con curiosidad por el vecindario, nos recuerda eso que en las ciencias paranormales se conoce como un oopart, es decir un objeto desubicado de su tiempo y de su lugar común. Un objeto de lujo que se convierte en un inconveniente por no saber qué hacer con él. ¡Qué extraños designios tiene la suerte! Finalmente, la moto de agua permanecerá en la plaza esperando que alguien la compre (¡y acabará siendo robada!), una imagen inseparable e inolvidable de la película, como apreciamos en el cartel de la misma.


Las noches tampoco ofrecen grandes expectativas. Ante la falta de planes de fiesta y sexo, los tres amigos rebuscan entre la basura todo tipo de objetos, y se conformarán con crear un rincón con objetos desechados. Allí organizarán una fiesta de cumpleaños a Manu, donde faltan, una vez más, las chicas: la cajera del supermercado, que gusta a Javi; la mulata que vigila a niños pequeños en el parque, que gusta a Manu, o la hermana de Javi, que gusta a Rai, además de sus amigas. La silueta en cartón de una mulata en bikini de tamaño real, robada de una agencia de viajes junto con las palmeras, será lo más parecido a una chica en esa fiesta, y por bailar con ella se enfrentarán Manu y Rai, con lamentable final para la silueta.


Los tres amigos pertenecen a familias a las que la vida ha golpeado con desgracias diferentes. Así, Manu vive solo con su padre (que ha perdido el trabajo y se ha encerrado en casa para ocultar su vergüenza), ya que su madre falleció, y el hermano ausente nunca viene porque “sus obligaciones se lo impiden”. En el piso de Javi conviven más personas: el abuelo, con quien comparte el dormitorio, aislado en su mundo, donde sólo parece tener interés por el vecino del piso cuyo baño se ve al otro lado del estrecho patio de luz, y que resulta ser un policía desconfiado; el abuelo ni habla ni oye, por lo que parece que no le afecten las continuas peleas entre su hija y su yerno, autónomo que no tiene faena durante el verano, lo que supone una falta de ingresos preocupante, hundido en un mal humor permanente que descarga sobre su suegro, un motivo más de discordia entre él y su mujer a la hora de la comida. Reproches habituales como el pan que nunca ha de faltar a la mesa; completa la familia la hermana, joven y atractiva, que vive una vida de la que apenas se sabe nada, especialmente los padres. De la familia de Rai poco sabemos, a excepción de su hermano, el único que tiene una ocupación remunerada, como guardia de seguridad nocturno. Resulta para los tres jóvenes un modelo envidiable: trabajo bien pagado que le permite ir de vacaciones, con una novia que está buena y con la que mantiene relaciones sexuales, un arma reglamentaria… Para Rai es un motivo de orgullo y presume de eso ante sus amigos.


Como vemos, las actitudes ante la vida de cada uno de ellos, sus caracteres, son marcadamente distintos. En términos actuales podríamos decir que Manu mantiene una actitud más realista y proactiva que sus amigos. Su intento por obtener dinero de una forma legal lo llevará a aceptar un trabajo que no está en condiciones de realizar: repartir pizzas sin tener una moto, para lo cual tendrá que mentir al responsable de la pizzería. Si bien los primeros repartos se saldan con el descontento de los clientes (las pizzas llegan frías debido al tiempo empleado en llevarlas… en transporte público), acabará siendo despedido, aunque antes de eso, estos desplazamientos le permitirán conocer algo que le oculta su padre: la realidad del hermano ausente, en un descenso a un infierno de seres marginales olvidados de la sociedad en un paso por debajo de las vías del tren, una escena que nos recuerda a Ben-Hur descubriendo a su madre y su hermana en una leprosería. Allí encontrará a su hermano, rodeado de drogadictos, reducidos a despojos. Esta secuencia, junto con la de la estación “fantasma” del metro (una estación abandonada de una línea por la que ya no transita ningún tren, de la que Manu había oído hablar a su padre, conductor antes de perder el trabajo), poblada de gente que malvive sin hogar, nos muestra el submundo de los perdedores que la sociedad prefiere invisibilizar. El golpe de realidad que este encuentro supone para Manu lo acercará a su padre: al hacerle saber que ha descubierto la verdad sobre su hermano, establece con él una complicidad expresada en un intercambio de alusiones compartidas y gestos recíprocos, como el de ofrecerle el primer y último sueldo que ha recibido de la pizzería, adonde ya no volverá.


Por su parte, Javi se ha amoldado a la incomodidad de su día a día. Se trata del más conformista, que acepta las condiciones en las que vive y no se desazona por un presente que parece llevadero, susceptible de prolongarse en un futuro similar. En las querellas que se plantean entre los amigos, mantendrá una actitud contemporizadora, más preocupado de sí mismo que de los pleitos y discusiones de Manu y Rai; pero también da muestras de una mayor sensibilidad ante los problemas de estos. Esa misma actitud de observador distante e inalterable es la que mantiene con respecto a su familia, pero no es consciente de la magnitud de los problemas y de lo que realmente hay detrás de cada uno de ellos: la vida secreta de su hermana, la condición real de su abuelo, que tal vez no sea lo que parece, o la crisis galopante en la relación entre sus padres, que desembocará en la salida del padre del hogar conyugal tras ser denunciado por la madre por maltrato. Tras ser detenido por la policía, el padre deberá instalarse en la furgoneta aparcada en la plaza, inutilizada hasta entonces. Este hecho conllevará un cambio en las relaciones entre los miembros de la familia, introduciendo una humanidad hasta entonces inexistente, lo que implica que Javi y Susi, la hermana, no se vean obligados a hacer una elección entre padre y madre.


Tampoco sabrá ver, como nadie a su alrededor, lo que late y lo que se cuece en la cabeza incansable de Rai, su tendencia al peligro, su intento desesperado por salir de ese mundo. Éste es el más inquieto, el inconformista, el que desea una posición de poder y lujo, y para ello no duda en asumir riesgos. No obstante, el carácter inquieto de Rai, su insatisfacción permanente, lo llevan a acometer acciones poco morales o directamente ilegales. La película nos lo muestra en algunas escenas como un funambulista sobre un fino cable estirado en el suelo, fingiendo que realiza unos equilibrios mortales por los que siente admiración. Lástima que esa imagen lo sea también de su vida. A partir de la segunda mitad del film, Rai irá cobrando protagonismo. De él parten iniciativas para conseguir dinero (ya sabíamos que se quedó con el que su padre tenía en el pantalón), como plantear a sus colegas llevarse las flores de las tumbas del cementerio para venderlas en los bares; o los robos que perpetran en la agencia de viajes para hacerse con la decoración caribeña, y en la tienda de trofeos, por el simple hecho de tenerlos; además, mantiene contactos con un individuo mayor desconocido, que se acerca por el barrio buscándolo en repetidas ocasiones. Éste será la causa de que la policía lo detenga por posesión de drogas, motivo por el que se había puesto en contacto con el menor: a cambio de 30.000 pesetas, al ser menor de edad su condena será corta, y él lo acepta. Pese a ello, su nobleza queda patente en cómo evita a su familia el disgusto de saber que va a pasar 24 horas en comisaría. De la misma manera que, al salir, celebrará el reencuentro con sus colegas compartiendo con ellos sus beneficios en una noche de fiesta. Con todo, la vista del amigo cacheado y detenido por la policía, es algo difícil de asimilar, e introduce ya en Javi y Manu, la sospecha sobre las turbias relaciones de Rai.


Detrás de esa sucesión de variopintos diálogos entre los tres amigos, hay un silencio trágico, una colección de personajes secundarios que apenas hablan, porque el peso de la película recae obsesivamente en las idas y venidas por una gran ciudad de estos tres aventureros sin aventura, héroes sin epopeya, jóvenes sin futuro. No podemos dejar de quererlos y compadecernos de ellos.

Los tres protagonistas fueron escogidos en un amplio casting en el que participaron jóvenes con experiencia artística y otros que no la tenían. Tras el éxito de la película, dos de ellos, Críspulo Cabezas (Rai) y Eloi Yebra (Manu) han tenido una carrera cinematográfica; no así Timy Benito (Javi), que prefirió seguir otro camino. Ninguno de ellos era consciente en aquel momento de lo que acababan de hacer; de hecho, años más tarde reconocerían que no estaban seguros de su trabajo, entre otras cosas por las riñas que les echó en alguna ocasión Fernando León de Aranoa. Se lo pasaron bien y disfrutaron del momento, especialmente en el Festival de San Sebastián, Pero se quedaron sorprendidos de la gran acogida del público al terminar el pase de la película, del que se esperaban algunas risas y carcajadas, y poco más. Sólo después se dieron cuenta de la película que habían hecho, lo que llevó a Críspulo Cabezas a decirse: “¡Dios, qué peliculón es Barrio!”, según contaba en Fotogramas 20 años más tarde. Marieta Orozco, que interpreta a Susi, se hizo con el Goya a la mejor actriz revelación, lo que le permitió seguir una carrera artística con papeles importantes, como el de Inés Alcántara en la popular serie de RTVE “Cuéntame”, serie en la que también participaron algunos otros actores del film, como el mismo Críspulo Cabezas o Lluvia Rojo. Fernando León de Aranoa se rodeó de un amplio elenco de actores veteranos con prestigio, grandes secundarios que dieron la réplica a los jóvenes protagonistas para conseguir un film casi perfecto, un docudrama en palabras de Carlos Boyero. Por ello conviene destacar los papeles mínimos pero elogiables de Francisco Algora, Alicia Sánchez (ambos candidatos al Goya a mejor interpretación de reparto en categoría masculina y femenina), Ricardo Villén, Pepo Oliva o Chete Lera. No obstante, el gran mérito de la película recae en Fernando León de Aranoa, quien con este su segundo largometraje acaparó los Goyas de ese año a mejor dirección, mejor guion adaptado y mejor película. A este palmarés hay que añadir la Concha de Plata del Festival de San Sebastián al mejor director, y la Mención Especial del Jurado en ese mismo festival. También obtuvo la medalla del Círculo de Escritores Cinematográficos al mejor director, además del premio Alma Rosa como mejor película, entre otras distinciones. Fue sin duda el principio de una exitosa carrera que lo ha llevado a realizar siete películas más, todas ellas ampliamente reconocidas y valoradas, como Los lunes al sol, Princesas, o Un día perfecto, además de tres documentales.


Para terminar, me gustaría citar la letra de uno de los temas musicales de la película. ¿Qué mejor grupo que Extremoduro para ilustrar con sus letras la vida, el ambiente y las esperanzas de estos seres desahuciados? De hecho, es el tema con el que se cierra la película tras un trágico desenlace que se intuía que podía llegar y que es el triste destino de muchos jóvenes, como consecuencia accidental e inesperada de un cúmulo de circunstancias. Ante la pregunta “¿cuánto más necesito para ser Dios?” que nos lanza Extremoduro, se nos queda un nudo en la garganta, un nudo que acompaña ese momento de recogimiento personal que dejamos pasar al final de cada una de las películas que proyectamos. Los jóvenes que hemos visto evolucionar, dentro de sus vidas ordinarias y tristes, se conforman con muy poco, si lo contemplamos fríamente: dinero, chicas, éxito. Y en su ingenuidad (porque nadie puede dudar de la ingenuidad que late en estos personajes tiernos y sensibles) creen que es sólo un poco de suerte lo que necesitan. No saben que para ser dios hace falta mucho más de lo que los seres humanos podemos conseguir. Ese dios materialista forma parte de una esfera que no les pertenece y a la que sólo se accede por vías poco recomendables. Los simples mortales sólo aspiramos a ser felices dentro de nuestra cotidianidad.


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