por Juan Gabriel Martínez
Como si se tratase ya de una tradición, a nuestro cine-club llega de
nuevo una película del gran maestro del cine de suspense; en esta
ocasión se trata de Los pájaros. Y es que en la programación que
habíamos previsto para este primer trimestre, de cine fantástico y
de terror, no podía faltar “Don Alfredo”, que con esta
producción de 1963 volvió a ofrecer al público una experiencia
aterradora sobre cómo la plácida vida de los habitantes de un
pueblo costero se ve alterada por la presencia y el comportamiento
anómalo de sus vecinos voladores.
Coincidiendo con la llegada a un pueblo de una chica que va buscando
a un apuesto abogado, se empiezan a producir unos ataques extraños
por parte de un número cada vez mayor de pájaros, que se empiezan a
concentrar amenazadoramente en esta tranquila localidad. Mientras que
la relación entre la pareja protagonista evoluciona, yendo desde una
inicial hostilidad hasta una poderosa atracción (el pasado de la
chica era algo turbio para la mentalidad de una localidad tradicional
y conservadora), los hechos relacionados con el agresivo
comportamiento de las aves van creciendo en virulencia, pasando de
ocasionales y anecdóticos incidentes a casi ataques organizados con
la intención de agredir a los humanos y causar víctimas, todo ello
acompañado de algunas reflexiones y alusiones casi cómicas sobre
las prácticas con que los humanos tratan a estos inocentes animales,
que desde una perspectiva ecologista/animalista serían condenables
en la actualidad, y a la que el excepcional director parecía estar
adelantándose. Particularmente, me da la impresión de que Hitchcock
quiere transmitir un mensaje un tanto puritano, “castigando”
comportamientos poco morales por parte de los humanos, tanto
individual como colectivamente, y para ejecutar ese castigo, utiliza
a la naturaleza y a una de las especies que comparten planeta con
nosotros, para llevarlo a cabo.
Paralelamente, para seguir con la intrahistoria del film, en 2018 la
protagonista, Tippi Hedren, publicó sus memorias con el título
“Tippi”, en las que narró cómo vivió el rodaje y sufrió a las
órdenes del excepcional director. Fue uno más de los
testimonios que salieron a la luz en esos momentos iniciales del
movimiento #metoo. En esas memorias, además de afirmar que Hitchcock
fue cruel con ella hasta el extremo de que el rodaje del ataque de
las aves en la escena final fue brutal, la actriz asegura que
Hitchcock arruinó su carrera cinematográfica (un año más tarde
aún contaría con ella para “Marnie, la ladrona”), pero no su
vida. Eran otros tiempos en Hollywood (como en todas partes), y
ciertos comportamientos inmorales eran habituales entre los miembros
de ese mundo donde, por detrás del glamour
del
celuloide, había todo un sistema de abuso de poder y de acoso sexual
del que se aprovecharon productores, directores y actores, y que se
ha prolongado casi hasta la actualidad. Pero ése es otro tema
delicado que debería ser abordado en otro momento y lugar.
Señalemos, no obstante que la interpretación de Tippi al menos fue
recompensada con un Globo de Oro.
Para
nosotros, los espectadores que amamos el cine, esta obra de arte, que
está entre las seleccionadas por la Biblioteca del Congreso de los
Estados Unidos para su preservación en la National Film Registry
desde 2016, es un clásico inolvidable, todo un ejemplo del cine de
terror que sigue desasosegándonos y haciéndonos sentir indefensos e
impotentes ante unos hechos que escapan a nuestra lógica y a los que
no sabemos cómo hacer frente. Hitchcock se basó en un relato corto
de la escritora británica Daphne du Maurier, que se desarrollaba en
la campiña de Cornualles, en el Sur de Inglaterra, pero mientras
preparaba el
guión con Evan Hunter leyó una noticia de un ataque sufrido por la
población de una localidad de la Bahía de Monterrey (California).
Años más tarde, en 2011, unos biólogos marinos de la Universidad
de Louisiana demostraron que ese comportamiento de los pájaros
podría deberse a una intoxicación alimentaria al ingerir un alga
que contiene veneno; se trata del ácido domoico, que daña el
sistema nervioso. Pero Hitchcock eludió cualquier explicación
racional de los acontecimientos, de modo que la historia resultara
aún más inquietante, ¡y vaya si lo consiguió!
Por
todo lo anterior, la película merece una lectura en profundidad de
la que extraer los leitmotivs habituales
en el cine del genio anglo-americano: las mujeres rubias, la
sexualidad,
el inconsciente, el engaño. Tippi Hedren fue una más de las
“rubias” que Hitchcock buscó para protagonizar sus películas,
como Doris Day, Eva Marie Saint, Ingrid Bergman, Grace Kelly, Janet
Leigh, Kim Novac (¡menudo repertorio!), seguras, ambiciosas,
decididas, siempre dotadas de un halo de esplendor y un alto poder de
seducción para los hombres. Ellos resultan siempre un tanto
patéticos, y en algunos casos acomplejados, cohibidos ante la
exultante belleza e incapaces de tomar decisiones inteligentes. Es la
atracción sexual lo que les hace querer tenerlas, desearlas, pero
siempre inseguros y dubitativos, víctimas de ellas o de lo que ellas
representan. En el caso de Los pájaros, el protagonista, Mitch
Brenner (encarnado por Rod Taylor) tiene la intención al principio
de burlarse de Melanie Daniels (Tippi Hedren) y tomarse su pequeña
revancha por un viejo pleito del que ella, hija de un poderoso
magnate de los medios de comunicación, salió victoriosa. Pero la
determinación de ella conseguirá rendirlo, seducirlo y finalmente
permitirá que él asuma el rol de auténtico hombre que toma en sus
manos la salvación de todas las mujeres a su cargo (de su madre, de
su
hermana y obviamente de la que en un brevísimo lapso de tiempo se ha
convertido en su prometida, para lo cual ha debido ganarse la
confianza de la madre de él). Malévolamente, se me ocurre pensar que
el sufrimiento que ella sufre en el momento de ser atacada por los
pájaros (desde el primero de esos ataques hasta el último, mucho
más salvaje) define una especie de expiación por sus faltas
anteriores (mujer frívola, fumadora, mirona, descarada), lo que le
permitirá
recibir la absolución y la aprobación de la madre tras el
sufrimiento padecido por salvarlas a ella y a su hija. Por otro lado,
que Mitch está demasiado sometido al poder de la madre resulta
evidente desde el momento en que Melanie se encuentra con Annie
Hayworth (Suzanne Pleshette), la maestra del pueblo. Casualmente,
ésta ha decidido alquilar una habitación de su casa, y eso va a
permitir que las dos jóvenes mujeres tengan un momento “de
chicas”, con confidencias sobre sus vidas, que convergen en
un
mismo punto: Mitch. La experiencia de la maestra (una morena sensual
y bondadosa, extraña combinación, que ha mantenido una relación
con él) con la familia del abogado, y más concretamente con la
madre, no tuvo un final feliz, lo que le va a permitir poner sobre
aviso a la nueva candidata, mucho más decidida y con otras armas de
seducción que no dudará en emplear, en un sabio manejo de verdades
y mentiras. Esos momentos de intimidad entre las dos mujeres, el
contraste de la morena y la rubia, son de lo más jugoso de la
película. Pero el
destino de ambas será muy diferente, tal vez injusto.
Hitchcock
tomó algunas decisiones atrevidas para la época en cuanto a
aspectos formales. Por ejemplo, la banda sonora del film no tiene ni
un sólo momento musical durante el desarrollo de la historia; sólo
la componen los diálogos de los personajes, los ruidos de ambiente
y, especialmente, los graznidos de las aves, realmente ensordecedores
en los momentos de los ataques, así como el sonido de los aleteos
de las bandadas. También los silencios juegan un papel fundamental
en la creación del suspense. Eso hace aún más aterrodora la
impresión producida por los pájaros al abalanzarse sobre la
población. Merece ser destacado el hecho de que para crear estas
escenas sólo se recurrió a algunas aves entrenadas y a una cantidad
notable de aves mecanizadas o de juguetes. El realismo conseguido en
estas escenas hizo merecedora a la película de un Óscar a los
mejores efectos visuales. Sólo con los títulos de crédito del
principio y del final se puede escuchar la música compuesta por
Bernard Herrmann. Y es significativo el final de la película, ya que
Hitchcock no
quiso que apareciera el típico rótulo “The end”, lo que hace
aún más evidente la voluntad del director de que el final fuera
abierto, dejando al espectador ante la duda de qué pasará después
y la necesidad de construirse su propia solución.
No
obstante, en el breve análisis y coloquio posterior al visionado de
la película, algunas de
estas
consideraciones quedaron relegadas debido al público que asistió.
La película está considerada como apta para todos los públicos, y
entre nuestros asistentes habituales contamos últimamente con
nuevos cinéfilos, una cantera que queremos y debemos cuidar para
garantizar la continuidad de nuestro cine-club. Pero eso también
hace que cuidemos con ellos los detalles y los acerquemos al cine
para que disfruten y aprendan de él y con él. Las consideraciones
expuestas anteriormente por este humilde crítico no hacen sino
manifestar unas pulsiones psicológicas tal vez tan enfermizas como
las del propio director, y sacar del inconsciente masculino fantasmas
y deseos que los jóvenes cinéfilos aún desconocen. También esto
es bueno, que el cine nos ofrezca esa doble, triple o cuádruple
lectura, esa profundidad de la que carecen tantas de las últimas
producciones comerciales que saturan las pantallas de las salas de cine; que los espectadores, cualquiera que sea nuestra edad,
condición sexual o género, hagamos nuestra interpretación de esas
historias que ya forman parte de nuestra vida y que han contribuiddo
a formar nuestra personalidad además de enriquecer nuestra cultura.
Y eso sólo lo consiguen los clásicos. Como rezaba el título de
aquel mítico programa de José Luis Garci, “¡Qué grande es el
cine!” y de la misma forma que la teoría de la relatividad
expuesta por Einstein no deja de ser cierta porque éste fuera un
misógino, y por ello merece un puesto de honor en el campo de la
ciencia, el hecho de que Bertolucci, Woody Allen o Hitchcock hayan
sido objeto de denuncias por parte de algunas de las actrices o
mujeres que los trataron no debe quitar un ápice al reconocimiento
que como grandes artistas se merecen en la historia del cine.
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