El blog de la Biblioteca del IES Rodrigo Caro de Coria del Río

jueves, 29 de agosto de 2019

Cine-club del Rodrigo Caro: 3 razones para cerrar el curso con Manhattan de Woody Allen (1979)




Autor: Eduardo González

El martes 25 de junio programamos la última sesión de nuestro Cineclub de este curso 2018/2019. Fue una magnífica idea cerrar el curso con Manhattan, el clásico de Woody Allen estrenado en 1979. Esta película, junto con Annie Hall, significó un alejamiento del director con respecto a sus anteriores comedias e inició una forma característica de hacer cine que lo ha convertido ya en un icono de la cultura popular. Pero no es por el éxito del personaje balbuceante que toca el clarinete para eludir la entrega de un Oscar por lo que Manhattan resultó ser una elección magnífica. La película representa un ejemplo perfecto de cómo el cine se hace amar por sí solo, sin que nadie lo explique. Todos habremos experimentado ese momento de silencio que se produce en ocasiones en una sala de cine a oscuras –en este caso el salón de usos múltiples del centro- (y sólo en ella). Ocurre cuando comienzan los créditos en la gran pantalla (qué placer mirar hacia arriba ese formato grande) y todo termina. Los que ya la habían visto y los que la veían por primera vez, todos, guardaron esos segundos de silencio en los que se percibe que algo ha pasado allí durante 96 minutos. Me preguntaba por qué guardaron silencio los jóvenes alumnos y exalumnos presentes y se me ocurren algunas razones, nada exhaustivas (seguro que pasaron muchas más cosas). Ahí van tres.

1. Por el comienzo: imagen y música.


Voz en off. El personaje de Allen (protagonista, director y guionista junto con Marshall Brickman) ensaya diferentes principios para una novela que pretende publicar en su patético afán por hacerse un hueco en la escena intelectual neoyorkina. Sin embargo, a ninguno de los espectadores le terminan interesando los torpes intentos del guionista de televisión: nos hemos quedado atrapados en la música de George Gershwin y en las escenas cotidianas de la Gran Ciudad.

El cine es imagen más música. Recuerdo una discusión con un amigo que se quejaba de que determinada película cultureta con bonita BSO de éxito no era auténtico cine porque la música tenía demasiado peso, en todo caso por encima del de la imagen. Yo era muy joven y militaba en el bando de los “musiquistas”. Con los años le he dado la razón. Pero con Manhattan no hay tal cuestión. Es música más imágenes, y la una sin las otras no significan lo mismo que por separado porque se mantienen en un equilibrio perfecto. En esta síntesis de música negra y tradición occidental que es en sí misma la obra de Gershwin los jóvenes espectadores reconocen, aun sin saberlo, la banda sonora de una identidad formada, entre otras cosas, por la imagen de un espacio que quizá nunca visiten físicamente pero en el que se han formado cinematográficamente (la gran manzana, lo urbano, lo moderno).

2. Por el blanco y negro.

El cine en blanco y negro le es bastante ajeno a los espectadores jóvenes. En Manhattan, sin embargo, el blanco y negro es el color del mundo de nuestros sueños, incluido el de los jóvenes presentes en la proyección.

En una charla con el escritor Javier Marías, Woody Allen cuenta que accedió a la cultura a través del cine:
“En mi familia no había cultura alguna. Todo vino de mí. Desde niño me interesé por el teatro y pasaba tardes enteras tocando el clarinete. ¡Lo que recuerdo como una maravilla fue cuando abrieron los cines! El cine lo era todo, el mundo para soñar. Entonces no teníamos televisión.”

El mundo para soñar. Atentos: no había televisión. ¿Son los espectadores jóvenes capaces hoy de imaginar una realidad no retransmitida por televisión? ¿Pueden transportarse a una realidad no show?

El protagonista de Manhattan es guionista de televisión en la realidad física pero sus sueños están en blanco y negro, en el mundo de las películas clásicas. Ver Manhattan lo transporta a uno al mundo de los clásicos. Y un clásico es una obra que nunca termina de decir lo que nos quiere decir, según la repetida afirmación de Italo Calvino. Incluso aunque el espectador no haya visto nunca un clásico en B/N, en el clásico de Allen la fotografía (a cargo de Gordon Willis) capta la esencia de todos los clásicos de los 40 y los 50, de un mundo sin color, pero con los matices que van del blanco al negro, de lo correcto a lo incorrecto. O sea, de nuestro mundo.

Pues bien, todos los presentes fuimos transportados con éxito al mundo de los sueños compartidos, por primera vez o una vez más, en el caso de los que habíamos visto antes la película. Al terminar todavía no sabíamos qué peso darle a la deslealtad, a la estupidez, a la inocencia, a la mezquindad o la felicidad. Pero habíamos experimentado qué significa vivirlas en toda su gama de grises.

3. Por el final: ¿el autor se ríe de sí mismo?
 (cuidado, spoiler en el vídeo)

Hoy día los críticos etiquetarían Manhattan como "cine de autor". No entiendo muy bien qué se quiere decir con esta categoría -como si no hubiera alguien detrás de toda obra, bien o mal hecha. Seguramente se refiere a que es una obra personal, en la que el director aporta un relato subjetivo de una historia, lejos de los estereotipos de un género. El autor  en estos casos es sinónimo de un estilo.
En el caso de Allen podría decirse que su estilo es la ironía. No me refiero sólo a los diálogos ingeniosos que sus fieles se saben de memoria, o a reírse del personajillo que el actor Allen suele representar en sus propias películas. Me refiero a hacer como nadie que el espectador tome distancia respecto de lo que está viviendo.

A todos nos puso un nudo en la garganta el zarandeo al que nos somete la escena final, en la que no sabemos qué pensar sobre el personaje con quien previamente nos habíamos identificado de un modo u otro: compadeciéndolo, censurándolo, previniéndolo…. Uno no puede dejar de pensar que el personaje Isaac Davis es el director Allan Stewart Könisberg (y lo que es peor, que es cada uno de nosotros ) y sin embargo no es así. El autor no es el narrador o ninguno de sus personajes. Yo no sé si el individuo Allen es un corruptor de menores o un acosador pero sí que el director Allen es un maestro en hacernos imaginar qué significaría serlo o sufrirlo a través de un personaje y, en el caso de Manhattan, no tener claro cómo juzgarlo o qué peligro corre uno no sabiendo hacerlo. La distancia irónica nos permite todo eso sin ahorrarnos la emoción de vivirlo.





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martes, 13 de agosto de 2019

Cine-club del Rodrigo Caro: Con faldas y a lo loco (Some like it hot) de Billy Wilder (1959)

Autor: Jaime Sanchiz
Hace ya algunos meses que pudimos deleitarnos con esta joya del cine clásico que a día de hoy sigue sacando carcajadas y risas a cualquiera que la ve, es por eso que, aunque un tiempo después de su visionado, procedo a analizar y comentar esta maravillosa película.

Con faldas y a lo loco es una película estadounidense de 1959 dirigida por el director Billy Wilder, también conocido por otras películas como Sabrina, protagonizada por la mismísima Audrey Hepburn, y Un, dos, tres. Está protagonizada por grandes figuras del cine como son Tony Curtis, la encantadora y seductora Marilyn Monroe que a todos enamora y Jack Lemmon, al cual le hago una mención especial por su papel en El apartamento, también dirigida por Billy Wilder por cierto, la cual es una película que, aparte der ser muy cuidadosa a la hora ayudar al espectador a empatizar con el desgraciado personaje que protagoniza este actor, es una película que me gusta mucho especialmente y al escribir estas líneas, me hace pensar en una cierta relación de sacrificio que tienen los personajes de Lemmon en ambas películas, pues mientras que en una presta su propio domicilio para ascender laboralmente, en la otra ha de entretener al personaje de Joe E. Brown por ayudar a su amigo y acompañante de locuras. Pero no nos entretengámonos más en adoraciones y comentarios personales y sigamos con el análisis de esta película.
La historia que nos cuenta este film trata de como Joe y Jerry, dos músicos de Chicago, han de huir de su ciudad por presenciar un asesinato de la mafia y escapar de la más que segura represalia. Con motivo de su huida y para alejarse lo más posible de Chicago, se infiltran en una banda de música femenina bajo los nombres de “Dafne” y “Josephine”, mas conocen a la atractiva Sugar Kane, la cual dificultara el camuflaje de estos inocentes.

En cuanto llegan a Florida con la orquesta, todo se vuelven problemas, tanto la lucha por el corazón de Sugar como, finalmente la sorpresa de encontrar a los mafiosos que los buscan en su mismo hotel, aunque vayamos por partes. Pues aunque toda la película es una comedia brutal, las partes de cortejo de esta película son lo más gracioso de ella y no porque “Joe” no consiga engatusar a Sugar ni mucho menos, sino por lo que tiene que hacer su amigo, o más bien, “Dafne” para poder ayudarlo, pues empieza a salir con Osgood Fielding, un abuelete millonario que se muere por la contrabajista.
Esta película es de las típicas que su humor no envejece aunque pasen los años, pues actualmente ya han pasado sesenta años desde su estreno. Las cómicas situaciones que han de soportar los protagonistas, ya no solo por ocultar su identidad, sino por sencillamente sobrevivir, mantienen al espectador riendo durante bastante película, pero también te hace cuestionarte la suerte que tienen los dos en cada problema que les surge y como el intelecto de ambos es el que les saca de todo, especialmente el de “Joe” a la hora de ligar con Sugar.
Sencillamente es una película de la que no se puede cansar nadie de verla y de la que me alegro de haberla propuesto en su día para su visionado, pues las agradables dos horas de duración pasan completamente volando aunque bueno, en el caso que leas esto y no te haya gustado la película, qué se le va a hacer, “nadie es perfecto”.

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