El blog de la Biblioteca del IES Rodrigo Caro de Coria del Río

domingo, 21 de agosto de 2022

Cineclub del Rodrigo Caro: Thelma & Louise (1991) de Ridley Scott

 



por Juan Gabriel Martínez

Los incondicionales de nuestro cineclub volvimos a citarnos en abril para ver una de esas películas que no dejan indiferente a nadie. De hecho, las sensaciones e impresiones que nos dejó al terminar dejaron bien a las claras la muy diferente recepción que este largometraje de Ridley Scott tuvo entre nosotros. Algo de eso mismo viví en el año de su estreno cuando, hablando con mis amigos, grandes admiradores de la obra del cineasta británico -especialmente de Los duelistas (1977) o Blade Runner (1982)- , llegaron a afirmar, totalmente convencidos, que se trataba de su peor película.

Yo confieso que me gustó entonces y me sigue gustando ahora, más de treinta años después. Tal vez no sea la película que me deja atrapado, que me seduce en cada una de sus secuencias y que vería una y otra vez en la versión “original”, la “ampliada”, la “del director” y cuantos montajes posteriores sean capaces de hacer las productoras, pero reconozco que me conmueve y disfruto a partes iguales con el tema que nos plantea y su tratamiento en forma de road movie, con lo que eso supone de aventura.

                No pretendo encontrar una justificación para rebatir el rechazo que esta película produce, entre otras cosas porque las causas del mismo pueden ser tantas como críticas negativas tiene. Por el contrario, creo que es un ejemplo más de la amplia y heterogénea filmografía del director. A lo largo de sus más de cincuenta años de carrera, Ridley Scott nos ha ofrecido 27 películas como director, además de cortometrajes, documentales, anuncios y series de televisión, alternando o simultaneando su labor como director con la de productor, de forma que la enumeración de toda su producción excede del formato de esta reseña. En esa carrera ha abordado todos los géneros, pero en los que más ha destacado es en el histórico -además de Los duelistas, su primer largometraje, al que ya he hecho referencia, no podemos olvidar su oscarizada Gladiator (2000)- y la ciencia ficción -con títulos como la mencionada Blade Runner o The Martian (2015)-. Y por supuesto, en esa larga lista de películas las hay que han recibido malas críticas por parte de los expertos, del público o de ambos. Pero lo que no falta en sus proyectos, lo que podría definirse como su sello personal, es la cuidada realización y su pretensión constante de envolver al espectador en una película en la que la ambientación, la música, el montaje, la fotografía, cobran una relevancia excepcional, de modo que todos los espectadores, hayamos salido del cine con una impresión más o menos favorable, seremos capaces de recordar secuencias que permanecerán para siempre grabadas en nuestras retinas y en nuestra memoria cinematográfica, y no sólo estoy hablando de la icónica imagen del final de Blade Runner (casi podemos citar de memoria el monólogo de despedida del replicante Roy Batty: “yo he visto cosas que vosotros no creeríais…”), película que ya tuvimos el placer de ver hace unos años en nuestro cine-club; también suena en nuestra mente la banda sonora de Gladiator, compuesta por Hans Zimmer y Lisa Guerrard, mientras vemos cómo Maximo pasa la mano sobre las espigas de trigo de su hacienda; y de igual manera recordamos con horror la última escena de John Hurt en Alien (1979), considerada por numerosas publicaciones como una de las más memorables de la historia cinematográfica. Y ya que estamos con Thelma & Louise, todos recordamos un final que, guste o no, también forma parte de la iconografía fílmica (y semántica, hasta el punto de llegar a existir en el lenguaje popular de una cierta generación, la expresión “hacerse un Thelma y Louise”. Hasta Joaquín Sabina nos hace un spoiler en su canción Titamisú de limón cuando nos dice: “Al borde del precipicio / jugábamos a Thelma y Louise…”). Respecto a este “sello” característico de nuestro director, quiero hacer mención de un título que tal vez no sea muy relevante, pero que en el momento de su estreno constituyó un ejemplo perfecto de esa estética casi de vídeo-clip: La sombra del testigo (Someone to Whatch Over me, 1987), un thriller romántico con poco éxito de taquilla, como también fue el caso de Black Rain (1989), un drama policial, su primera colaboración de las seis que tuvo con el compositor Hans Zimmer.

Pero volviendo a la película que nos ocupa, Thelma & Louise le supuso un nuevo éxito de taquilla, además de ser recibida con buenas críticas, valiéndole además las nominaciones de las dos protagonistas, Susan Sarandon y Geena Davis, a los premios Óscar de ese año, aunque no los lograron al cruzarse en su camino Jodie Foster con su magnífica actuación en El silencio de los corderos.

Partiendo de una historia muy simple, pero no por ello intrascendente, Ridley Scott nos hace recorrer los Estados Unidos durante la persecución de estas dos mujeres, buscadas por la policía federal por el asesinato de un hombre. Puede parecernos que los motivos de estas dos mujeres para emprender esta “aventura” (un tranquilo fin de semana de liberación de sus rutinas habituales con sus parejas) no son suficientes para construir una historia, y que los derroteros que toma esta aventura son exagerados. Pero la vida es así, imprevisible, inabarcable, variable. Precisamente, lo importante de esta historia, a mi juicio, es que las respuestas del ser humano ante las circunstancias que se le presentan, no están sujetas a lógica alguna. Y lo que parece intrascendente puede convertirse en una pesadilla de la que es imposible salir porque la vuelta atrás ya es imposible. Las figuras insignificantes de dos mujeres corrientes adquieren un carácter de epopeya y se convierten en arquetipos de lo que nos gustaría ser capaces de hacer, pero la mayoría de nosotros no hacemos por falta de valor o por acomodamiento al status quo. No quiero que se me malinterprete y se entienda que comparto los actos en exceso violentos protagonizados por las dos mujeres, una más racional, la otra más pasional, como forma de superar algunas de las situaciones que viven, pero me voy a permitir la licencia de recordar a Odiseo en su empeño por regresar a Ítaca: deberá dejar ciego a Polifemo, lo que le granjeará la enemistad profunda y permanente de Poseidón, padre del cíclope; será infiel a su amada Penélope con Circe y con a Calipso, quienes se empeñan en retenerlo enamoradas de él, engañará a quienes sea necesario para conseguir sus fines y finalizará su aventura en medio de un baño de sangre en su casa. No podemos decir que el “astuto Odiseo” sea un dechado de virtudes, pero todo se supedita a un fin último. En el caso de nuestras dos heroínas, la vuelta al hogar se presenta como imposible, lo que ya nos queda claro en la conversación que el personaje de Susan Sarandon (Louise Shawer) mantiene con su pareja cuando Louise le pide dinero a Jimmy para continuar su huida hacia adelante.


También es cierto que los personajes masculinos son presentados en general como insignificantes e irrisorios, excepto un improbable jefe de policía interpretado por Harvey Keitel, que empatiza con las dos fugitivas. Sólo él será capaz de ponerse en la piel de una mujer que ha dejado salir a la fiera que todos podemos llevar en nuestro interior, ese yo profundo que las convenciones de la vida social hacen que permanezca callado hasta que un día sale al exterior y ya nada puede retenerlo, un genio de la lámpara que ya no quiere volver a encerrarse. Frente a este “policía bueno” (una figura habitual en el cine y la literatura), otros personajes más despreciables aparecen a lo largo del filme, empezando por un jovencísimo y atractivo Brad Pitt, en el papel de un buscavidas que no es consciente del mal que puede llegar a causar con su forma de vida, o los tres símbolos del machismo más repulsivo que se cruzan en el camino de las dos mujeres: el macho del bar que pretende violar a una Thelma borracha, el policía que las hace parar y abusa de su autoridad con ellas o el camionero vulgar que las agrede con palabras soeces y gestos procaces. Tal vez la presentación de estos “tipos” sea simplista, pero nadie puede negar que son representantes de un sector de la población masculina. Y estas dos precursoras del #Metoo nos hacen asistir a un tipo de reacción que, si bien no es la común y la correcta, sí late en el fondo de nuestra conciencia. Por otro lado, será la mujer más fría, la de mayor edad, la que encuentre en esta ocasión la forma de ajustar las cuentas con su pasado, que ha intentado mantener escondido, callado, y que, a través de ciertos indicios irá descubriéndose poco a poco: su reacción ante el intento de violación que sufre su joven amiga o su rechazo a seguir la ruta más corta para llegar a México (saliendo del estado de Arkansas y sin pasar por Texas). Su mente calculadora se rendirá cuando Thelma, en una prueba definitiva de inconsciencia, las deje sin más recursos con los que proseguir su huída. El momento en que Thelma toma la iniciativa (y el volante del coche), adentrándose en un terreno desconocido y temerario, coincide con el de mayor abatimiento de Louise, cuando se da por vencida. Y es justo en ese momento cuando la complicidad entre ellas se fortalece y nosotros sabemos que su destino, el que deba ser, va a ser compartido. De poco han de servir las buenas intenciones que manifiesta el jefe de la investigación en el cumplimiento de su deber, consciente de que ambas son a la vez culpables de una serie de actos (asesinatos, robos, atentados contra la autoridad, voladura de un camión cisterna de material inflamable) y víctimas de las circunstancias y de una sociedad machista que no les ha dado la oportunidad de realizarse como mujeres. Esta es su última oportunidad y la van a llevar hasta el final.

La realización del film está llena de esos momentos e imágenes que caracterizan el cine de Ridley Scott y de los que hablaba al principio. La música de Hans Zimmer (una vez más) hará de contrapunto sonoro a los paisajes del desierto por donde viajan las dos amigas, que según el guion es el de Arizona. En realidad, Ridley Scott eligió para filmar esas imágenes el estado de Utah, y debemos reconocer que la iluminación de las imágenes nocturnas resulta un tanto falsa, pero la belleza de las composiciones no va a dejarse vencer por la oscuridad de la noche del desierto -¿quién habla de realismo?- privando a los espectadores de estos vídeo-clips musicales marca de la casa). Debemos reconocer la calidad de la fotografía por la que Adrian Biddle también estuvo nominado a los premios Óscar.

El guion de Callie Khouri, por el que recibió el Óscar al mejor guion original, pretendía poner dos protagonistas femeninas en un género absolutamente masculino, como ella misma dijo: “En tanto que cinéfila, he sido alimentada por el papel pasivo de las mujeres. No conducían nunca la historia porque no conducían nunca el coche”. En él, los espacios abiertos del Oeste americano se convierten en un personaje más, en un guiño a los westerns de los años 50, un género que también está presente en los planos de los personajes solitarios en medio de esas inmensidades, en los vehículos que sustituyen a los caballos y las diligencias, y en las polvaredas que tanto unos como otros producían en las escenas de movimiento. O como ese remedo del típico duelo de revólver que se produce entre las dos protagonistas y el camionero antes de que le hagan explotar el camión.


El tono de humor de algunas escenas, que se puede malinterpretar por esperpéntico (tal vez el ejemplo más significativo sea la escena del ciclista rastafari que echa el humo del porro que se está fumando en el maletero del coche de policía, donde está maniatado el agente, a través del orificio que las protagonistas hicieron con un disparo para que éste pudiera respirar) fue expresamente buscado por Scott, ya que pretendía hacer agradable para el público una historia indudablemente dramática. De hecho, las alternancias de estos episodios humorísticos, contribuyen a dar un tono optimista a la aventura que emprenden estas dos amigas en busca de una libertad a la que de un modo u otro ya no renunciarán.

Hablaba al principio de la diferente acogida y variadas reacciones de los espectadores a la película, Desde su estreno, la polémica la ha acompañado, recibiendo críticas de fascista (por la forma violenta de resolver los conflictos) o misándrica (por ser anti-hombres). Pero de igual modo recibió el apoyo de movimientos homosexuales que hacían una lectura lésbica de la relación entre las dos amigas. Y lo que no podemos negar es la influencia posterior y aún presente en el cine y en la televisión, así como las referencias que de ella hay en obras literarias (La Muselière, de Laurence Villani en Francia) y en la música actual (en Francia también, la cantante Tori Amos escribió, tras ver la película, una canción titulada Me and a Gun en la que relataba el intento de violación que había sufrido siete años antes y del que nunca había hablado; y también Lady Gaga y Beyoncé hacen alusión a ella en el fragmento final del vídeo de la canción Telephone, entre otras muchas canciones de cantantes ingleses y españoles, como la anteriormente citada de Joaquín Sabina, o la de Fito Paez, Dos días en la vida); y hasta en los vídeo-juegos The Legend of Zelda: The Twilight Princess y Grand Theft Auto V).

Tras todo lo dicho, no me cabe ninguna duda de que, cuando una película da tanto que hablar y está tan presente en temas de actualidad, no puede ser ignorada y merece un lugar entre los clásicos modernos, como demuestra el hecho de que figure en la colección del British Film Institute desde el año 2000. Y el debate sigue abierto.

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