El blog de la Biblioteca del IES Rodrigo Caro de Coria del Río

domingo, 4 de abril de 2021

Cine-club del Rodrigo Caro: Adiós, muchachos (1987) de Louis Malle

por Juan Gabriel Martínez

    De nuevo se abrieron las puertas de nuestro cine-club el 27 de enero en este curso tan difícil debido a la pandemia. Y la ocasión bien lo merecía, pues se trataba de un joven clásico de uno de los grandes directores franceses del siglo XX. 

    A partir de sus recuerdos de infancia y de unos pocos elementos, Louis Malle nos presenta unos hechos que, no por sabidos dejan de conmovernos: unos jóvenes, un internado y como telón de fondo, la persecución que sufrieron judíos y otros colectivos por parte del régimen nazi y sus colaboradores en Europa desde mediados de los años 30 del siglo pasado hasta la derrota de Alemania y sus adláteres europeos el 8 de mayo de 1945. Lamentablemente, esa victoria de los aliados, como todo el mundo sabe, llegó tarde para los aproximadamente seis millones de judíos y de otros grupos étnicos que perdieron la vida en los campos de exterminio que los criminales nazis crearon en Europa central y del este durante esos aciagos años. 

    Alguien podrá pensar que ya se ha escrito y filmado mucho sobre el Holocausto (la Shoah en hebreo), pero la magnitud de aquella vergüenza para la humanidad nunca dejará de ser suficientemente recordada, no sea que algunos la olviden. O lo que es peor, que la frivolicen, y que la relectura que ciertos “historiadores” hacen de aquellos acontecimientos acabe anestesiando la capacidad de horror de los seres humanos civilizados, entre los que quien escribe, y sin duda quienes lo leen, cree encontrarse. Por ello es necesaria esta película, como otras grandes obras que abordan el mismo tema desde otros ángulos y estilos diferentes, desde el casi documental de Vencedores o vencidos, de Stanley Kramer (Judgement at Nuremberg, 1961) hasta La lista de Schindler, de Steven Spielberg (Schindler’s List, 1993), pasando por El diario de Ana Frank, de George Stevens (The Diary of Anne Frank, 1959), por citar sólo películas basadas en vidas reales (no quiero decir “hechos reales”, ya que cualquier ficción que narre esa época está basada en hechos terrible y lamentablemente reales).

    Volviendo al film que nos ocupa, nos sorprende el tono sobrio, seco, casi frío, con que Malle nos cuenta el transcurso de esas semanas en un internado carmelita en la Francia ocupada y colaboracionista de 1944. Al volver al internado, tras las vacaciones de Navidad, Julien Quentin y sus compañeros se van a encontrar con la incorporación de tres chicos nuevos sobre los que apenas reciben información. En principio, la relación con los tres nuevos no es muy diferente de lo que ocurre tradicionalmente en colegios e institutos: novatadas, bromas; y sobre todo curiosidad. Estos, por su parte, mantienen un cierto distanciamiento con los chicos del internado, mezcla de desconfianza y recelo. Los veteranos estudian a los nuevos, sopesando quién puede ser incorporado al grupo. 


    Entre clases y juegos se desarrolla una vida casi normal, aunque a veces alterada por la presencia de soldados nazis, milicias colaboradoras y por bombardeos que obligan a buscar refugio en el refugio subterráneo. Julien va viendo crecer su curiosidad por Jean Bonnet, uno de los recién llegados, ante el recelo de éste, que intenta mantener la distancia que preserve su secreto. Y de esa manera, una noche Julien descubrirá que Bonnet realiza un extraño ritual: tocado con una kipá, reza en otra lengua. En sus pesquisas, Julien descubrirá que el verdadero apellido de Jean es Kippelstein. Y de esa manera, su inicial desconfianza respecto el recién llegado se irá transformando en amistad. Julien es un niño de 13 años que aún conoce poco el mundo de los mayores, y ha vivido ajeno al problema de los judíos hasta ese momento, pero el encuentro con su nuevo amigo le hará interesarse por él y por su pueblo, enfrentándose por primera vez a una situación a la que muchos adultos parecen ser ajenos. 



    Por su parte, los sacerdotes del internado, en especial el director, el padre Jean, adoptan un papel protector con los tres jóvenes. Desde el principio, vemos el interés que ponen en la integración de Jean Bonnet, Negus y Dupré, y queda patente para los espectadores que los sacerdotes no tienen la actitud obediente y sumisa de la mayoría de la sociedad francesa. Una sociedad que confiaba en el complaciente régimen de Vichy, a cuya cabeza estaba el antiguo héroe de la Primera Guerra Mundial, el mariscal Pétain, y que congregaba tras su figura a muchos franceses que tenían depositadas en él todas sus esperanzas: si el héroe había adoptado esa actitud, debía ser bueno para Francia. Pero el carácter falso de esa “independencia” quedó de manifiesto cuando el régimen de Vichy cae y los nazis se hacen con las riendas del poder en todo el territorio. Ese es el destino que esperaba a la Francia colaboradora, temerosa de peores consecuencias si se enfrentaba a un poder político y militar superior al suyo. Sólo el general De Gaulle, desde Gran Bretaña, fue capaz de despertar a la nación, o tal vez sólo a una parte, para que sus compatriotas recuperaran la dignidad y se rebelaran contra los ocupantes. A partir de ahí, una Resistencia clandestina se organiza, con intelectuales comunistas a la cabeza (Sartre, Camus) en el interior, y con la integración de soldados franceses de diferentes orígenes (incluidos los españoles integrados en la División Leclerc) en los ejércitos aliados en el exterior. 

    En esa Resistencia del interior es en la que milita el padre Jean, que asume como una responsabilidad la militancia y la protección de los tres adolescentes judíos. Se trata de un hombre severo, adusto, justo, bondadoso. Su vida está dedicada a la educación de los jóvenes, una actividad que debe ser integral y en la que la ética, al margen de su religión, debe tener un papel preponderante. ¡Cómo se nos olvida a menudo, a alumnos y docentes, ese componente ético! Lamentablemente, hay aún muchas personas que ven la enseñanza como un mero acto de adquisición de conocimientos, sin comprender que la acumulación de estos, sin un soporte moral, humano, ético, es tan sólo un castillo de naipes que se desmoronará al menor envite. Los sacerdotes del internado carmelita (¡qué afortunada casualidad que sea la orden fundada por Teresa de Ávila y Juan de la Cruz la titular de ese internado, que lleva el nombre de éste último!) han asumido su papel y han tomado partido, pues no hacer nada los volvería cómplices de un crimen universal, como fue el caso de muchos que en esa primera mitad del siglo XX prefirieron mirar hacia otro lado y no saber nada, actitud que sigue presente en muchos conflictos de hoy en día. Con sus luces y sus sombras, el catolicismo muestra aquí su rostro más benefactor y humanista, tras la escolástica de Santo Tomás de Aquino, presente en algún diálogo filosófico de los mayores en el recreo. 

    He ahí una de las grandes enseñanzas de este film imprescindible: el dolor, el sufrimiento, la persecución de los justos no pueden sernos ajenos, vengan de donde vengan y afecten a quienes afecten. Julien lo comprende rápido, al igual que su hermano mayor, y en un momento crucial de la película darán muestras de valor e iniciativa al enfrentarse a las milicias colaboracionistas que mantienen el orden y buscan a judíos para detenerlos y deportarlos a los campos de concentración. Su gesto de dignidad defendiendo a un señor mayor judío en un restaurante se ve secundado por el resto de clientes del restaurante. Un momento que hace pensar en el duelo musical que tiene lugar en el Rick’s Café de Casablanca, cuando los franceses y demás refugiados que se congregan en ese café de la ciudad marroquí responden con una inflamada interpretación de La Marsellesa al canto de los oficiales nazis. 

    Pero como ya nos advirtió Hannah Arendt, el mal es banal y anida en los corazones de pobre gente mediocre. La miseria económica, la humillación cotidiana, la codicia, la envidia, son el caldo de cultivo perfecto para que el más insignificante de los seres caiga en la miseria moral y sea capaz de los crímenes más abyectos. Ejemplos así ya hemos tenido la desgracia de ver en innumerables conflictos, y en esta película es Joseph, el asistente de cocina expulsado tras ser pillado en su mercado negro con los internos, el que, en venganza, va a desencadenar la tragedia. También él ha sido injustamente tratado, pero, ¿acaso la discriminación de que es víctima justifica la vileza de su acción? Para él sí, porque “hay una guerra, chico”. 


    Como ya hemos dicho al principio, Louis Malle se basó en sus experiencias de infancia, y la película constituye un homenaje a las víctimas de un episodio similar vivido por el propio director. De ello deja constancia la voz en off con la que se cierra la película a modo de epílogo. Para no hacer un spoiler, sólo citaré las últimas palabras: 

“Han pasado más de 40 años, pero recordaré cada segundo de esa mañana de enero hasta el día de mi muerte”. 

   
  Adiós, muchachos acaparó un buen número de premios César, el mayor premio de la cinematografía francesa, equivalente a los Goya del cine español, o los BAFTA del cine británico. De hecho, fue nominada en algunas de las categorías de estos últimos (mejor película, mejor película extranjera, mejor director y mejor guion original), así como a los Globos de Oro (mejor película en lengua no inglesa) y a los Óscar (en esa misma categoría, y en la de mejor guion original para la pantalla). Pero fue en los César franceses donde barrió: de las 9 categorías en las que estaba nominada, consiguió 7, incluidos el de mejor película, mejor guion y mejor director. Sólo uno de sus jóvenes protagonistas estuvo nominado como actor revelación: François Négret, el asistente de cocina delator. A ellos hay que sumar el León de Oro a la mejor película en el Festival de Venecia o el David de Donatello (el equivalente italiano a los César) como mejor película extranjera. Finalmente, como una muestra más de los muchos valores que esta película encarna, mencionaremos el hecho de que el British Film Institute la incluyó en 2005 en la lista de las 50 películas que un joven debería ver a los 14 años. He ahí un motivo más para haberla escogido para nuestro cine-club. 

    En el momento de su estreno fue uno de esos raros casos de éxito de público (incluso con una altísima recaudación en América del Norte) y de crítica, que la aclamó desde el principio. Pero es sin duda en la consistencia y sensibilidad de la historia, así como en sus virtudes técnicas, donde la película se mostró más sólida, como demuestra que el guion del propio Louis Malle estuviese nominado en tantos premios internacionales. Tal fue el éxito del mismo que fue publicado de forma independiente ese mismo año por Éditions Gallimard

    Louis Malle, que fue uno de los miembros más insignes de la nouvelle vague (el movimiento cinematográfico que tal vez haya resultado más influyente en el cine mundial en la segunda mitad del siglo XX, y en el que se encontraron Claude Chabrol, François Truffaut, Jean-Luc Godard, Éric Rhomer o Agnès Varda, entre otros), ya había iniciado una breve etapa en Estados Unidos, donde dirigió 5 películas (tal vez la más conocida sea Atlantic City, 1980) y 2 documentales, y con esta película regresó a Francia, donde aún dirigió 3 películas más antes de su fallecimiento en 1995 a los 63 años de edad. Aunque su estilo evolucionó desde los primeros postulados de la nouvelle vague, en lo esencial se mantuvo fiel a su concepción del cine: el poder de la “mirada” a través de la cámara, la ausencia de música de fondo en las escenas, las referencias culturales y cinematográficas explícitas (encantadora la sesión de cine en el internado, con la proyección de The Immmigrant, cortometraje de Charles Chaplin de 1917), el tono narrativo objetivo al presentar los hechos, la consideración de la soledad humana en la sociedad burguesa del siglo XX, las resonancias de las experiencias personales en las historias, el distanciamiento respecto a los sentimientos expuestos y la importancia dada al montaje para narrar los hechos de forma lineal. 

    Y para nosotros también fue un pequeño éxito contar con la presencia de algunos estudiantes, con los que, al finalizar la proyección, pudimos mantener un breve coloquio. El toque de queda estaba al acecho y sin duda hubiéramos podido hablar mucho más tiempo sobre muchos aspectos y temas de la película: historia, filosofía, moral, humanidades… Y sobre nosotros, jóvenes actuales y jóvenes pasados, que descubrimos la amistad al mismo tiempo que nos asomamos por primera vez a la vida en la adolescencia. Y también descubrimos el dolor y la tragedia, reflejada en el silencio que envuelve las miradas de Julien y Bonnet. Un final potente que huye de melodramas, pero que nos deja la imagen de una lágrima a punto de brotar de los ojos de Julien.
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