Autor: Juan Gabriel Martínez
En la sexta sesión de nuestro cine-club nos hemos adentrado en el mundo del boxeo con esta película de Mark Robson de 1949.
En la sexta sesión de nuestro cine-club nos hemos adentrado en el mundo del boxeo con esta película de Mark Robson de 1949.
Las
películas en torno al boxeo han sido numerosas, si bien en los últimos
años no son tan habituales como en las primeras décadas del siglo XX,
hasta el punto de llegar a constituir un subgénero cinematográfico, con
sus personajes característicos y sus propios códigos. En ellas nos
encontramos con dramas humanos que tienden al melodrama y a veces a la
tragedia, casi siempre con un propósito moralizante y ejemplarizante.
Para las nuevas generaciones, tal vez la referencia más significativa
sea Rocky
(1976), y sus numerosas secuelas, aunque para un buen aficionado al
cine todas prescindibles, pues sólo la primera, de John G. Avildsen,
merecería alguna consideración. Además, me gustaría destacar otro título
fundamental de este subgénero que se diferencia de los demás por tener
de protagonista a una mujer; obviamente estoy hablando de Million Dollar Baby
(2004), la excelente película de Clint Eastwood, protagonizada por él
mismo y Hilary Swank, junto con Morgan Freeman, que mereció el Oscar a
la mejor película en 2005, mérito que comparte con la anteriormente
citada Rocky.
Mark
Robson, canadiense de nacimiento, se asentó en Hollywood tras estudiar
en la Universidad de California y empezar una carrera en el mundo del
cine como montador de la mano de Orson Wells. Su época más prolífica
empieza en los años 50 y 60, y en 1974 aún dirigió una película del
género de catástrofes tan de moda en la época, Terremoto. Abordó muchos géneros cinematográficos, algunas veces con éxito de taquilla, pero con las que cosechó malas críticas. Con El ídolo de barro
obtuvo prestigio y con ella fue candidato al premio del Gremio de
Directores de Estados Unidos. En ella exploró este subgénero del cine de
boxeo al que retornó en Más dura será la caída (1956) con una mirada más crítica.
Fue candidato al Oscar al mejor director en dos ocasiones, por Vidas borrascosas (1957) y El albergue de la sexta felicidad (1958).
Podemos
afirmar, sin temor a equivocarnos, que, dentro del cine dedicado a los
deportes, es el boxeo el que más películas ha inspirado. Precisamente
por esa proliferación de títulos en tiempos pasados es por lo que este
subgénero, a los aficionados de una cierta edad, nos retrotrae a nuestra
infancia y juventud, tiempos en los que estos personajes duros,
luchadores (no sólo en el sentido pugilístico del término), humildes,
nos acompañaron en muchas tardes de fin de semana, delante de aquella
televisión en blanco y negro y cuando sólo había una cadena que elegir.
Estas historias nos muestran unos personajes procedentes de medios
sociales humildes y que, en su ascenso social, se encuentran con tipos
sin escrúpulos que juegan con ellos y su destino, en un mundo turbio y
sin principios para el que los protagonistas no estaban preparados. En
ellas asistimos al ascenso y caída de estos “ídolos con pies de barro”.
Ese
es el origen del título con el que esta película se estrenó en España
en 1955, nada que ver con el mucho más triunfalista del original: Champion.
Y particularmente debo decir que me parece un buen título por lo que
tiene de reflexión acerca de la falsa gloria a la que pueden ser
conducidas algunas personas, manipuladas por los aduladores y los
magnates que las rodean, haciéndoles creer lo que no son y
permitiéndoles llevar una vida que no las hará felices, por más que en
apariencia hayan alcanzado todo lo que querían.
La
historia, basada en un relato corto de Ring Lardner, es muy simple. El
mundo del hampa y los negocios sucios, los combates amañados, la
violencia presente en la sociedad, hacen que este film tenga toques de
cine negro, y en este género también ha encontrado un hueco. Pero lo que
más nos conmueve es el deterioro - moral y físico - del
personaje principal, interpretado por un joven, atractivo y poderoso
Kirk Douglas. Ya desde el principio se ve que su personaje (Midge Kelly)
está resuelto a escapar de la pobreza y a triunfar en la vida a
cualquier precio. En él subyace una amargura que le impide reír y ser
feliz, una violencia hija de la rebeldía ante la realidad en la que le
ha tocado vivir, con su hermano lisiado (Connie, interpretado por Arthur
Kennedy) y con una madre a la que quiere dar una vida mejor. Son los
años posteriores a la Gran Depresión, y los valores morales no figuran
entre las prioridades de unos ciudadanos más preocupados por la
supervivencia diaria.
Casi
de forma accidental, Midge se tropieza con Haley (un inolvidable Paul
Stewart), el personaje tal vez más positivo de la película, un
decepcionado entrenador que, en medio de ese mundo cruel y corrupto,
intentará guiar los pasos de su discípulo y evitar que se descarríe. Se
trata de un personaje arquetípico de este subgénero, el buen entrenador
que sustituye a la figura del padre ausente y que siempre estará
dispuesto a venir en su ayuda, hasta en las peores circunstancias.
En
esta galería de personajes no quiero dejar de mencionar a las tres
mujeres que se cruzan en la vida de Midge, y que no llegan a significar
mucho para él. Como ya hemos señalado en reseñas anteriores, la mujer no
ha tenido un papel determinante en muchas de las producciones de
Hollywood, y cuando lo han tenido, daban vida en su mayoría a personajes
malvados que contribuían a la desgracia del personaje masculino. Se
trataba de eso que se llama una femme fatale.
Otras veces sólo estaban allí como “reposo del guerrero”, su refugio,
su consuelo. En cualquiera de los casos, nunca tenían una presencia
activa en el desarrollo de la historia, salvo que fueran el antagonista
del héroe. A ello no es ajeno que la mayor parte de este cine fue
realizado por hombres, y hasta la misma consideración de los géneros era
masculina: el cine negro, el western, el bélico, el de aventuras, el de
terror. Pocos géneros escapan a este protagonismo de los hombres y a
esta asignación de roles; éste podría ser el caso de las comedias
románticas y los musicales, y aun con matices en ambos casos. Esta
película no es una excepción. Por un lado está Emma (Ruth Roman), la
mujer de Midge y a la que abandona en el mismo momento de la boda; su
bondad la hará unir su destino al de la familia de Midge y Connie. Por
otro, Grace (Marilyn Maxwell), mujer sin escrúpulos que mantendrá una
larga relación con Midge y que representa su llegada a la cima del
éxito. Y en medio, Palmer (Lola Albright), personaje ambiguo y poco
relevante, si bien aporta un elemento alegórico que da más sentido al
título de la versión española; se trata de una escultora célebre que
esculpirá una figura de barro de Midge durante la breve relación que
mantendrá con él. Pero todas ellas son tan sólo trofeos para Midge,
otros tantos que añadir a la lista de sus logros en una carrera que no
encuentra nunca la felicidad, para la que tal vez estaba incapacitado
desde el principio.
Para
terminar, señalaremos que esta película obtuvo el Oscar al mejor
montaje (para Harry W. Gerstad) y el Globo de Oro a la mejor fotografía
(para Franz Planer). Cabe señalar el uso novedoso de la cámara lenta en
una parte de uno de los combates, algo habitual en películas de acción o
deportivas posteriores, pero que no se había utilizado hasta ese
momento;
así como los primeros planos de los boxeadores en los combates, que nos
muestran en toda su crudeza las huellas de este deporte. Pero lo más
interesante es la magnífica banda sonora de corte clásico compuesta por
un maestro de la música, Dimitri Tiomkin, el excelente músico nacido en
Ucrania y nacionalizado estadounidense tras huir de Rusia después de la
Revolución Soviética. A él le debemos innumerables bandas sonoras
durante su larga carrera en Hollywood, adonde llegó en 1929, entre ellas
la de Solo ante el peligro (1952), Escrito en el cielo (1954) y El viejo y el mar (1958), por las que ganó sendos Oscar.
Para concluir, quizás podamos afirmar que en estos tiempos de #metoo
no se trate de un film muy comprometido ni que aporte un mensaje que
atraiga al público femenino, pero tiene ese encanto del buen cine
clásico y de las películas que nos hacían emocionarnos con una historia
sencilla y humana, aunque desde un punto de vista muy viril, demasiado
viril.
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