El blog de la Biblioteca del IES Rodrigo Caro de Coria del Río

miércoles, 4 de marzo de 2020

Cine-club del Rodrigo Caro: La soledad del corredor de fondo (1962) de Tony Richardson




por Juan Gabriel Martínez

El invierno es una mala estación para el cine, o así debemos creerlo a tenor de la escasa asistencia a nuestro cine-club durante la presente edición. Si ya la proyección de diciembre reunió unas circunstancias adversas que hicieron menudear el número de espectadores, no pensábamos que tal cosa ocurriera en la primera sesión del nuevo año, pero ocurrió.

Y fue una pena porque, siguiendo con la línea definida por el quipo de aula de cine de nuestro instituto, queríamos seleccionar 3 títulos para este trimestre que centraran su temática en ese período inestable y difícil de la vida por el que todos hemos pasado y que nuestros alumnos están viviendo: la adolescencia. Pensábamos que eso atraería al público, ya que sin ninguna duda se trata de un tema inabarcable, con infinitas lecturas y planteamientos, que abarca aproximadamente, según los especialistas, desde los doce a los veinticinco años. Y es un tema siempre candente (nunca un adjetivo podría esencializar más claramente lo que se pretende calificar), aunque cada generación lo viva diferentemente según sus patrones culturales.

La película elegida fue La soledad del corredor de fondo (1962), del director británico Tony Richardson. No es ésta la película que le supuso más reconocimiento, ya que al año siguiente consiguió dos Óscars, a mejor película y mejor director, por Tom Jones, lo que le valió una mayor difusión internacional; pero se trata sin duda de un film excepcional. Se encuadra -y es la mejor representante- en el movimiento Free cinema británico, heredero y continuador de la Nouvelle vague francesa, aunque menos intenso, menos duro, pero comparte con ella su elemento fundamental: dar una respuesta contundente a una industria cinematográfica aferrada al pasado en sus respectivos países, con una estética anquilosada y repetitiva, alejada de la realidad de los nuevos tiempos, en definitiva, una industria decadente a la que los cineastas de esta corriente contraponen una estética directa, un nuevo lenguaje cinematográfico poético, un análisis frío y subjetivo de las nuevas realidades que se plantean en el sistema económico, cultural y social. Durante los años 60, Richardson abordó la problemática de la juventud británica y abordó asuntos poco tratados hasta ese momento en el cine: embarazos adolescentes, homosexualidad... Sus personajes reflejan a los que se conocía como jóvenes airados, unos personajes sin objetivos vitales, decepcionados con el sistema capitalista en el que han sido educados, hasta cierto punto nihilistas. Se limitan a vivir y disfrutar tanto como puedan de lo poco que les ofrece una sociedad que en apariencia les pone todo al alcance, pero que no les ofrece los mecanismos para conseguirlo. Tampoco se plantean la necesidad de esforzarse para lograrlo, porque ya se han dado cuenta de cuáles son las reglas y ven con claridad que la compartimentación social está establecida y a ellos sólo les llegan las migajas, los restos.

En la película que nos ocupa, el protagonista es un joven de clase obrera que vive en los suburbios de Nottingham, Colin Smith. Su amigo y él tienen poco que hacer en la vida, ante la desesperación de sus padres, y aún menos dinero para nada que realmente les pueda sacar de la sordidez del día a día. Un día se les ocurre robar en una panadería del barrio porque se les figura un objetivo fácil. Y efectivamente lo es. Con ese dinero podrán pasar un par de días felices con sus novias, harán una viaje a la playa y se olvidarán de las miserias cotidianas. Además, no creen probable que los pillen porque nadie los ha visto y el dinero estará a buen recaudo. Pero la realidad es terca y siempre hay algún elemento que se descontrola y que dará al garete con las expectativas. Y es así como Colin acaba en un reformatorio para pagar su deuda con la sociedad. Es éste el auténtico punto de partida de la historia, ya que todo lo anterior nos es narrado en forma de flash backs durante el film.

Colin debe hacerse a su nueva vida en ese centro de internamiento de menores, en compañía de otros jóvenes descarríados con igual falta de perspectivas. Allí tendrá ocasión de mostrar un don: su capacidad para correr, sus excelentes condiciones para las carreras de fondo, cualidades que no pasan desapercibidas al director del centro, que ve en él la oportunidad tanto tiempo añorada de vencer a los alumnos del colegio privado con el que anualmente compiten y ante el que año tras año van añadiendo derrotas, nada de extrañar por las condiciones de estudio y de cuidado de los jóvenes del otro centro.

Desde ese momento el director se interesará vivamente por el entrenamiento de su pupilo, gran esperanza del reformatorio, coartada para mostrar en ese acto social tradicional las virtudes de su sistema de “integración social” de los jóvenes de las clases desfavorecidas, a las que parecen otorgar las herramientas para el ascenso social.

El joven hosco, duro, que llega al centro haciendo alarde de su rebeldía, discutirá y debatirá con sus compañeros, que le reprochan su asimilación al sistema, mientras sigue preparándose para el gran día. El espectador va comprendiendo el proceso que se desarrolla en su mente, a través de la reconstrucción de las calamidades que lo han llevado hasta allí, en una vida errática y en una familia fallida (a lo que hay que añadir la muerte del padre). El análisis de la sociedad capitalista y sus fastos, las añagazas que sus representantes, sus “carceleros”, le ponen ante los ojos con el fin de espolearlo para que logre el anhelado triunfo, parecen ir persuadiéndolo, porque, en el fondo, para él aquello no es más que una demostración de sus capacidades, y la idea de ganar está en su mente, en esto como en los demás avatares de su vida. Colin es un chico inteligente, consciente en todo momento de las consecuencias que sus actos pueden tener, pesimista ante el futuro, un futuro que no va más allá de mañana, de lo inmediato, todo lo demás no existe.

Durante su preparación, y especialmente durante la carrera, su vida pasa ante sus ojos (y ante los nuestros). Una carrera de fondo da para mucho. Son muchos minutos de estar a solas consigo mismo. Muchos de nosotros sabemos lo que es pasar mucho tiempo sin más conversación que un monólogo interior lleno de recovecos, de recuerdos, de proyectos, de miedos, de esperanzas, que van y vienen, y vuelven a irse y regresan de nuevo. El silencio se extiende alrededor mientras la mente se llena de sonidos, de ruido, de llamadas. Y al mismo tiempo, la actividad física que se está desarrollando se manifiesta en cada momento para obligarnos a tomar la decisión que el cuerpo nos pide y que deberemos ejecutar, decisiones que serán definitivas para la conclusión de la competición. La fuerza mental es una de las cualidades que más se elogian en los grandes deportistas, el motor que los lleva a sobreponerse a las dificultades y que los lleva hasta el triunfo. Y en las competiciones individuales y prolongadas son el mayor exponente de esta fortaleza mental. Son competiciones solitarias, íntimas, y nadie duda de las extraordinarias condiciones que deben tener alpinistas, maratonianos, nadadores, ciclistas y otros deportistas.

En esta maravillosa película podemos asistir a todo este proceso mental, al monólogo que se produce en el interior de Colin mientras sus rivales van quedando atrás, derrotados por el desconocido chico pobre que nunca había destacado en nada.

Tom Courtenay encarnó el personaje de Colin en su primera aparición cinematográfica, y lo hizo con solvencia y credibilidad. Le acompañan Michael Redgrave (padre de la venerada Vanessa Redgrave) en el papel del director del centro, y Alec McCowen, un secundario habitual en muchas producciones británicas y en algunos éxitos de Hollywood.

Rodada en un sobrio blanco y negro, sin apenas música pero con unos poderosos silencios que resaltan los flash backs, la película, basada en un relato homónimo de Alan Sillitoe (The loneliness of the long distance runner) contó con el autor para la adaptación de la historia a un guión que se muestra impecable para hacernos llegar las emociones y sentimientos del protagonista, de modo que lleguemos a sentir compasión por él y comprendamos el porqué de sus decisiones. Para quien esto escribe, ver la película hace más de treinta años supuso un choque emocional del que tardé en recuperarme, y la prueba de ello es cómo ha permanecido en mi recuerdo. No había tenido ocasión de volver a verla, porque no es una película habitual de los circuitos comerciales o televisivos, pero cuando la propuse para el cine-club esperaba que a los espectadores no los dejaría indiferentes. Me siento satisfecho al ver, en la conversación posterior que siempre sigue a los visionados, que a mis compañeros no los dejó. Una película imprescindible para comprender los límites de nuestras sociedades del bienestar y discernir los espejismos que nos hacen contemplar como objetivos alcanzables de lo verdaderamente importante… si es que lo hay.



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