El blog de la Biblioteca del IES Rodrigo Caro de Coria del Río

sábado, 11 de enero de 2020

Cine-club del Rodrigo Caro: Los pájaros (1963), de Alfred Hitchcock


por Juan Gabriel Martínez

Como si se tratase ya de una tradición, a nuestro cine-club llega de nuevo una película del gran maestro del cine de suspense; en esta ocasión se trata de Los pájaros. Y es que en la programación que habíamos previsto para este primer trimestre, de cine fantástico y de terror, no podía faltar “Don Alfredo”, que con esta producción de 1963 volvió a ofrecer al público una experiencia aterradora sobre cómo la plácida vida de los habitantes de un pueblo costero se ve alterada por la presencia y el comportamiento anómalo de sus vecinos voladores.

Coincidiendo con la llegada a un pueblo de una chica que va buscando a un apuesto abogado, se empiezan a producir unos ataques extraños por parte de un número cada vez mayor de pájaros, que se empiezan a concentrar amenazadoramente en esta tranquila localidad. Mientras que la relación entre la pareja protagonista evoluciona, yendo desde una inicial hostilidad hasta una poderosa atracción (el pasado de la chica era algo turbio para la mentalidad de una localidad tradicional y conservadora), los hechos relacionados con el agresivo comportamiento de las aves van creciendo en virulencia, pasando de ocasionales y anecdóticos incidentes a casi ataques organizados con la intención de agredir a los humanos y causar víctimas, todo ello acompañado de algunas reflexiones y alusiones casi cómicas sobre las prácticas con que los humanos tratan a estos inocentes animales, que desde una perspectiva ecologista/animalista serían condenables en la actualidad, y a la que el excepcional director parecía estar adelantándose. Particularmente, me da la impresión de que Hitchcock quiere transmitir un mensaje un tanto puritano, “castigando” comportamientos poco morales por parte de los humanos, tanto individual como colectivamente, y para ejecutar ese castigo, utiliza a la naturaleza y a una de las especies que comparten planeta con nosotros, para llevarlo a cabo.

Paralelamente, para seguir con la intrahistoria del film, en 2018 la protagonista, Tippi Hedren, publicó sus memorias con el título “Tippi”, en las que narró cómo vivió el rodaje y sufrió a las órdenes del excepcional director. Fue uno más de los testimonios que salieron a la luz en esos momentos iniciales del movimiento #metoo. En esas memorias, además de afirmar que Hitchcock fue cruel con ella hasta el extremo de que el rodaje del ataque de las aves en la escena final fue brutal, la actriz asegura que Hitchcock arruinó su carrera cinematográfica (un año más tarde aún contaría con ella para “Marnie, la ladrona”), pero no su vida. Eran otros tiempos en Hollywood (como en todas partes), y ciertos comportamientos inmorales eran habituales entre los miembros de ese mundo donde, por detrás del glamour del celuloide, había todo un sistema de abuso de poder y de acoso sexual del que se aprovecharon productores, directores y actores, y que se ha prolongado casi hasta la actualidad. Pero ése es otro tema delicado que debería ser abordado en otro momento y lugar. Señalemos, no obstante que la interpretación de Tippi al menos fue recompensada con un Globo de Oro.

Para nosotros, los espectadores que amamos el cine, esta obra de arte, que está entre las seleccionadas por la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos para su preservación en la National Film Registry desde 2016, es un clásico inolvidable, todo un ejemplo del cine de terror que sigue desasosegándonos y haciéndonos sentir indefensos e impotentes ante unos hechos que escapan a nuestra lógica y a los que no sabemos cómo hacer frente. Hitchcock se basó en un relato corto de la escritora británica Daphne du Maurier, que se desarrollaba en la campiña de Cornualles, en el Sur de Inglaterra, pero mientras preparaba el guión con Evan Hunter leyó una noticia de un ataque sufrido por la población de una localidad de la Bahía de Monterrey (California). Años más tarde, en 2011, unos biólogos marinos de la Universidad de Louisiana demostraron que ese comportamiento de los pájaros podría deberse a una intoxicación alimentaria al ingerir un alga que contiene veneno; se trata del ácido domoico, que daña el sistema nervioso. Pero Hitchcock eludió cualquier explicación racional de los acontecimientos, de modo que la historia resultara aún más inquietante, ¡y vaya si lo consiguió!

Por todo lo anterior, la película merece una lectura en profundidad de la que extraer los leitmotivs habituales en el cine del genio anglo-americano: las mujeres rubias, la sexualidad, el inconsciente, el engaño. Tippi Hedren fue una más de las “rubias” que Hitchcock buscó para protagonizar sus películas, como Doris Day, Eva Marie Saint, Ingrid Bergman, Grace Kelly, Janet Leigh, Kim Novac (¡menudo repertorio!), seguras, ambiciosas, decididas, siempre dotadas de un halo de esplendor y un alto poder de seducción para los hombres. Ellos resultan siempre un tanto patéticos, y en algunos casos acomplejados, cohibidos ante la exultante belleza e incapaces de tomar decisiones inteligentes. Es la atracción sexual lo que les hace querer tenerlas, desearlas, pero siempre inseguros y dubitativos, víctimas de ellas o de lo que ellas representan. En el caso de Los pájaros, el protagonista, Mitch Brenner (encarnado por Rod Taylor) tiene la intención al principio de burlarse de Melanie Daniels (Tippi Hedren) y tomarse su pequeña revancha por un viejo pleito del que ella, hija de un poderoso magnate de los medios de comunicación, salió victoriosa. Pero la determinación de ella conseguirá rendirlo, seducirlo y finalmente permitirá que él asuma el rol de auténtico hombre que toma en sus manos la salvación de todas las mujeres a su cargo (de su madre, de su hermana y obviamente de la que en un brevísimo lapso de tiempo se ha convertido en su prometida, para lo cual ha debido ganarse la confianza de la madre de él). Malévolamente, se me ocurre pensar que el sufrimiento que ella sufre en el momento de ser atacada por los pájaros (desde el primero de esos ataques hasta el último, mucho más salvaje) define una especie de expiación por sus faltas anteriores (mujer frívola, fumadora, mirona, descarada), lo que le permitirá recibir la absolución y la aprobación de la madre tras el sufrimiento padecido por salvarlas a ella y a su hija. Por otro lado, que Mitch está demasiado sometido al poder de la madre resulta evidente desde el momento en que Melanie se encuentra con Annie Hayworth (Suzanne Pleshette), la maestra del pueblo. Casualmente, ésta ha decidido alquilar una habitación de su casa, y eso va a permitir que las dos jóvenes mujeres tengan un momento “de chicas”, con confidencias sobre sus vidas, que convergen en un mismo punto: Mitch. La experiencia de la maestra (una morena sensual y bondadosa, extraña combinación, que ha mantenido una relación con él) con la familia del abogado, y más concretamente con la madre, no tuvo un final feliz, lo que le va a permitir poner sobre aviso a la nueva candidata, mucho más decidida y con otras armas de seducción que no dudará en emplear, en un sabio manejo de verdades y mentiras. Esos momentos de intimidad entre las dos mujeres, el contraste de la morena y la rubia, son de lo más jugoso de la película. Pero el destino de ambas será muy diferente, tal vez injusto.

Hitchcock tomó algunas decisiones atrevidas para la época en cuanto a aspectos formales. Por ejemplo, la banda sonora del film no tiene ni un sólo momento musical durante el desarrollo de la historia; sólo la componen los diálogos de los personajes, los ruidos de ambiente y, especialmente, los graznidos de las aves, realmente ensordecedores en los momentos de los ataques, así como el sonido de los aleteos de las bandadas. También los silencios juegan un papel fundamental en la creación del suspense. Eso hace aún más aterrodora la impresión producida por los pájaros al abalanzarse sobre la población. Merece ser destacado el hecho de que para crear estas escenas sólo se recurrió a algunas aves entrenadas y a una cantidad notable de aves mecanizadas o de juguetes. El realismo conseguido en estas escenas hizo merecedora a la película de un Óscar a los mejores efectos visuales. Sólo con los títulos de crédito del principio y del final se puede escuchar la música compuesta por Bernard Herrmann. Y es significativo el final de la película, ya que Hitchcock no quiso que apareciera el típico rótulo “The end”, lo que hace aún más evidente la voluntad del director de que el final fuera abierto, dejando al espectador ante la duda de qué pasará después y la necesidad de construirse su propia solución.

No obstante, en el breve análisis y coloquio posterior al visionado de la película, algunas de estas consideraciones quedaron relegadas debido al público que asistió. La película está considerada como apta para todos los públicos, y entre nuestros asistentes habituales contamos últimamente con nuevos cinéfilos, una cantera que queremos y debemos cuidar para garantizar la continuidad de nuestro cine-club. Pero eso también hace que cuidemos con ellos los detalles y los acerquemos al cine para que disfruten y aprendan de él y con él. Las consideraciones expuestas anteriormente por este humilde crítico no hacen sino manifestar unas pulsiones psicológicas tal vez tan enfermizas como las del propio director, y sacar del inconsciente masculino fantasmas y deseos que los jóvenes cinéfilos aún desconocen. También esto es bueno, que el cine nos ofrezca esa doble, triple o cuádruple lectura, esa profundidad de la que carecen tantas de las últimas producciones comerciales que saturan las pantallas de las salas de cine; que los espectadores, cualquiera que sea nuestra edad, condición sexual o género, hagamos nuestra interpretación de esas historias que ya forman parte de nuestra vida y que han contribuiddo a formar nuestra personalidad además de enriquecer nuestra cultura. Y eso sólo lo consiguen los clásicos. Como rezaba el título de aquel mítico programa de José Luis Garci, “¡Qué grande es el cine!” y de la misma forma que la teoría de la relatividad expuesta por Einstein no deja de ser cierta porque éste fuera un misógino, y por ello merece un puesto de honor en el campo de la ciencia, el hecho de que Bertolucci, Woody Allen o Hitchcock hayan sido objeto de denuncias por parte de algunas de las actrices o mujeres que los trataron no debe quitar un ápice al reconocimiento que como grandes artistas se merecen en la historia del cine.

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